Bienestar

Aceptación

aceptacionCuando era pequeña tenía la mala maña de querer cambiar las cosas. Cuando iba de compras y veía alguna prenda de mi agrado, siempre expresaba: “Este vestido es perfecto, pero si fuera negro y con mangas más largas sería mejor”. Mientras crecía pensaba en cómo cambiar las cosas que tenía en frente como por ejemplo un mueble: “Si éste mueble tuviera más cajones me gustaría más”.

En mi adolescencia la idea se transportó a toda clase de situaciones, mis gustos se apoyaban en un “pero” y la elección de mi carrera se basó en la utopía trillada de cambiar al mundo.

Y no fue sino hasta hace poco, que me di cuenta que esa manía mía de supuestamente cambiar las cosas, era más bien una imposibilidad de aceptarlas “tal cual son”, incapacidad de comprenderlas, entenderlas sin velos ideales para tener como consecuencia un aprovechamiento basado en la raíz de la aceptación.

Los zapatos blancos que llegué a pintar de negro se resquebrajaban, los vestidos que corté nunca los usé y el intento por modificar esencias, fracasó y dejó a su paso decepción, dolor, desasosiego, tristezas sin sentido, descontrol e incertidumbre.

Es sencillo aceptar las cosas como son, las usas para lo que sirven y sacas un mejor provecho. No así con las personas, pues la no aceptación de su forma de ser mella tu interior y admitir esa inhabilidad de mi parte, no fue sencillo.

Mi estorbosa ilusión de cambiar a las demás personas, hacía borrosa la necesidad de percatarme que quien debía primero conocerse para después aceptarse era yo. Primero, mi esencia.

Hoy solo compro zapatos que me gusten exactamente como fueron diseñados, ya no intento pintarlos de negro si son blancos, ni tampoco corto vestidos y solo uso muebles prácticos y perfectos para mi gusto, no les modifico nada.

Acepto mi estructura débil y mi interior de roble que de repente necesita remodelación, quiero con toda mi alma ese espíritu soñador y utópico que se desprende de mi ser con tanta intensidad pero a la vez respeto, primero a mi y haciendo eso sé que lo hago con los demás.

Jamás cambiaré, jamás cambiarán los demás, pero puedo perfeccionar mis habilidades y esforzarme para crear hábitos que mejoren mi persona y también tengo ya la capacidad de aceptar a los demás “tal cual son”, me apoyo en sus fortalezas, escarbo hasta buscar la empatía. Convierto lo negativo en algo positivo… para mí. Si la persona es nociva, me alejo. Hoy es sencillo alejarme de lo que me hace mal. La manía de intentar modificar ya no me retiene.

Mi interior ha registrado el código de la aceptación y hablo el lenguaje del respeto. Predico el aceptar. Acepto el rechazar. Rechazo el cambiar.

Y a partir de ese descubrimiento y la práctica de esta trilogía, he conservado lo que merece ser guardado, he dejado ir la mitad de aquello que deseaba cambiar y que me hacía tanto mal. La otra mitad no deseo cambiarla, solo la perfecciono en mí, no en los demás.

Las personas son y esa capacidad de ser lo que es de esa forma y no de otra no puede ser modificada, nacemos con ella y con el paso del tiempo la perfeccionamos o la empeoramos, eso depende de nosotros. Los factores externos sirven de guía pero no modifican. Aquel que intenta modificar algo que es, simplemente perderá su tiempo y se decepcionará ante el paso del mismo, gran frustración.

Aceptémonos, reconozcamos los defectos, trabajemos en ellos al tiempo que nos  apoyamos en nuestras cualidades y así fortalezcámoslas. Una vez que este procedimiento es hecho con uno mismo, es más sencillo con los demás. Lo que merezca aceptación, valdrá la pena el esfuerzo, lo que no, es mejor dejarlo ir. Después de aceptar la imposibilidad de cambio llegaremos a la tolerancia, algo que tanto le hace falta a esta sociedad.

Escrito por: Evangelina Jiménez Olvera

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