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¿Existe el instinto maternal?

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Contra quienes piensan que se trata de un mito, los científicos hallan evidencias de que el amor materno-filial se sustenta en argumentos biológicos, químicos y hasta genéticos.

El amor más incondicional

La maternidad produce en la mujer diversos efectos – aumento de la sociabilidad, resistencia al estrés, mejora de la memoria y la capacidad de orientación – que facilitan su labor de protección a su hijo.

En abril de 2005, la ciudadana británica Abigail Whitchalls, de 26 años y embarazada, paseaba con su hijo Joseph, de 2 años de edad, cuando un joven se acercó hacia ellos y puso un cuchillo en la garganta del pequeño. Abigail se abalanzó sobre el atacante, que la hirió de gravedad en la columna vertebral dejándola paralítica. El caso de Abigail conmocionó a Gran Bretaña por el arrojo de la joven, que recientemente ha dado a luz a su segundo hijo. Sin embargo, por heroica y excepcional que pueda parecer su reacción, existen sólidos argumentos biológicos para afirmar que cualquier madre en sus circunstancias habría hecho lo mismo. Según señalan los entendidos en la materia, la principal responsable de este coraje maternal es una hormona llamada oxitocina, sintetizada por el hipotálamo, la glándula cerebral que controla reacciones biológicas como el hambre, la sed, el miedo o la ira.

Durante los nueve meses de gestación, las neuronas maternas productoras de oxitocina se dedican a fabricar y acumular suficientes reservas para afrontar con garantías el momento del parto. Cuando éste al fin tiene lugar, la hormona se libera masivamente en el torrente sanguíneo, contrayendo el útero para ayudar a expulsar el feto. Pero además de contribuir a estos cambios fisiológicos básicos para que el alumbramiento discurra por los cauces normales, la oxitocina ejerce un fuerte impacto sobre diversas regiones del cerebro que van a influir sobre la conducta materna posterior.

Acunados con el corazón

Hace varias décadas que los científicos habían observado que alrededor del 80% de las mujeres, independientemente de si son diestras o zurdas, utilizan el brazo izquierdo para acunar a sus retoños. Sin embargo, no fue hasta hace unos años cuando se empezó a dar sentido a este comportamiento instintivo.

El primero en sugerir una explicación fue el psicólogo estadounidense Lee Salk, que propuso que los latidos del corazón materno eran la causa de tales preferencias. Aunque su teoría estuvo extendida durante un tiempo, estudios posteriores demostraron que, tanto para el feto como para el recién nacido, el sonido predilecto era la voz de su madre, y que los sonidos cardíacos no parecían tener mayor trascendencia.

La hipótesis más fiable llegaba de manos de Victoria Bourne y Brenda Todd, de la Universidad inglesa de Sussex. Estas investigadoras atribuyen la costumbre a un sofisticado proceso en el que están implicados los hemisferios cerebrales de madre e hijo. Así, cuando un niño es acunado en el lado izquierdo de la madre, sus reacciones –llanto, risa, bostezo…– llegan directamente al hemisferio cerebral derecho materno, que es donde se reconocen los gestos emocionales y las expresiones faciales. En consecuencia, se refuerza la relación porque la madre tiene un acceso más rápido e intuitivo a las necesidades del niño.

Una ayuda química natural para combatir la ansiedad

Una de las primeras consecuencias, según asegura el neuroendocrino John A. Russel, de la Universidad de Edimburgo, es que se reduce la ansiedad que supondría para la madre “estar expuesta a un bebé llorón y angustiado”. Además, los niveles altos de la hormona se mantienen mientras se amamanta al bebé, dando lugar a un despliegue de pautas de comportamiento que son esenciales para una maternidad exitosa.

Posiblemente, uno de los patrones de conducta más llamativos es la actitud maternal protectora y, en ocasiones, hasta temeraria de muchas hembras. Inga D. Neumann, de la Universidad de Regensburg (Alemania), ha analizado a fondo este fenómeno en ratas. Entre otras cosas, sus experimentos revelaron que la respuesta agresiva por parte de las madres de esta especie animal ante un intruso que se acerca a sus crías es proporcional a la cantidad de oxitocina liberada. Y lo que es más importante, que esta hormona también reduce los niveles de ansiedad y estrés. “Volverse agresivo es una cosa, pero cuando necesitas atacar a un animal más grande que tú es necesario además rebajar al mínimo posible la ansiedad”, apunta Neumann.

La hormona favorece la sociabilidad de la madre

Otra de las cualidades de la oxitocina es que favorece el carácter sociable de la madre. Para confirmarlo, Neumann decidió inyectar directamente la hormona en el cerebro de ratas hembras vírgenes y obtuvo evidencias de que la sustancia propiciaba la sociabilidad de las roedoras.

En la relación entre maternidad y agresividad, la hormona liberadora de corticotropina, más conocida por las siglas HLC, también tiene mucho que decir. Según publicaba recientemente la revista norteamericana especializada Behavioral Neuroscience, a diferencia de lo que ocurre con la oxitocina, son las madres con menores niveles de la hormona HLC las que tienden a proteger más a sus crías. Las cifras hablan por sí solas: en experimentos con ratones, las hembras con dosis bajas de HLC atacaron a los intrusos que se acercaban 20 veces en 45 segundos, mientras que las que mostraron niveles altos apenas se inmutaron ante la presencia amenazante de extraños cerca de sus crías. Los investigadores han llegado a sugerir, incluso, que las depresiones postparto en mujeres podrían estar ligadas a niveles altos de esta hormona.

Para los padres, todas las lágrimas son iguales

Las madres reconocen mejor el llanto de su propio hijo que el resto de sus congéneres, incluido el padre de la criatura. Es la conclusión a la que ha llegado un grupo de investigadores de la Universidad Médica de Carolina del Sur. Valiéndose de las modernas técnicas de resonancia magnética funcional (fMRI), comprobaron que las regiones cerebrales que se activan en las madres al escuchar este sonido coinciden con lo que se ha dado en llamar el “circuito materno”, que iría de la corteza prefrontal al cerebro medio y a la región basal del cerebro anterior. Las imágenes revelaron que el lloro de un bebé también activa en su madre el sistema límbico, una zona del cerebro ligada a las respuestas emocionales. En el padre, sin embargo, las diferencias entre la respuesta cerebral frente a los llantos de su propio hijo o los de otros bebés son inexistentes.

Pero el oído no es el único sentido materno que se vuelve especialmente receptivo al neonato. La oxitocina promueve asimismo un período de sensibilidad extrema a las señales táctiles y olfativas.

En el caso del olfato, sobre todo, la agudeza de una madre es espectacular. Varios experimentos han corroborado que, después de pasar 10 minutos cerca de su bebé, cualquier madre es capaz de distinguir a su hijo de cualquier otro niño sólo por el olor, con más de un 90% de éxito.

Por si todo esto fuera poco, a la larga lista de cambios cerebrales inducidos por la maternidad hay que sumar el aumento de la memoria y el aprendizaje, así como una notable mejora en la habilidad para orientarse y desenvolverse en las tres dimensiones del espacio.

Las sugerentes habilidades del cerebro maternal descritas hasta ahora sólo se conservan durante los primeros años o incluso meses de vida del hijo. Sin embargo, hay otros efectos mucho más duraderos. Recientes investigaciones apuntan a que el amor incondicional que una madre muestra hacia su descendencia tiene una base cerebral. Los hijos activan regiones del cerebro vinculadas a sensaciones de euforia y recompensa. Además, inhiben la capacidad crítica hacia los seres queridos y todo tipo de emociones negativas, confirmando el dicho popular de que “para una madre no hay hijo feo”.

Fuente: ClubParenting.com

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