Pareja

Relato de codependencia



Cuando lo conocí creí que era el hombre “perfecto” para mí: sociable, inteligente, con un humor ácido –que después me corroería-, sexualmente apasionado, culto, melómano, alto, delgado, bueno hasta guapo era… Pero éste era el personaje. La realidad es que yo no quise ver toda la violencia que ejercía, no nada más sobre mí, sino con los demás.


 
Con esto no quiero decir que yo fui una pobre víctima inocente. Más bien fui irresponsable de mí misma y mi cuidado, tanto psicológico como de autoestima, esto al dejar que un hombre menospreciara mis cualidades; dejé que me sorprendiera, que me intimidara, ¡vamos!, que me avasallara. Recuerdo que la primera cita para tomar un café, con toda su egolatría me platicó de un viaje a Europa y de cómo sedujo a tal o cuál. Se me revolvió el estómago y corrí al baño a vomitar. A veces una no escucha ni a su inconsciente –que va más rápido que nuestro consciente- ni al cuerpo. No sabía el costo que esta relación tendría…sin embargo, me dije: “yo voy a conquistar a este chico”. Y así inició la relación más tormentosa que he tenido. Cuando me quedaba callada porque algo no me parecía, él se enojaba. Si expresaba mis pensamientos, estaba mal. Las cosas tenían que ser a su manera. Y bueno, chantaje tras chantaje, celos, rabietas; mi droga para seguir en ello era el sexo. Todo lo compensaba o eso creía yo. Evidentemente, me comencé a cuestionar si no era lo suficiente esto o aquello: o inteligente, o bonita, o culta, etc. Realmente mi vida se tornó triste, depresiva, angustiante; hasta que llegó un momento en el que no podía seguir así. Me sentía sin fuerzas para continuar. Fue como llegué a la terapia con una excelente facilitadora. Poco a poco, comencé a trabajar en mí, a fortalecerme, a recobrarme, a darme cuenta. No es sencillo, la codependencia es una adicción que debe tratarse, y en sus etapas en las que quieres salir, al igual que el alcohólico estás propensa a dejarte llevar por necesitar ese veneno que es una relación dañada.

Pero les cuento que pude salir. Un buen día dije: “no más”. Me buscó y le dije que me dejara de molestar o lo demandaría. Me dio tanto coraje que todas las veces que él me había visto como “ostra muda” se quedaron en el olvido. Le dije de todo, hasta de lo que se iba a morir. Estaba tan enojada de que el tipo pensara que yo no podía vivir sin él que las palabras brotaron. Me dejó de molestar. Llegué a leer también que las mujeres tardamos en superar una relación violenta, según la UNAM. Que la víctima percibe una amenaza de supervivencia, permanece aislada y no distingue otra perspectiva más que la del agresor. El daño mental nos paraliza y nos confunde, haciendo que le tengamos cierta forma de lealtad –no decir nada del abuso- al hombre, y pensemos en una técnica de supervivencia (“lo quiero a pesar de todo”). Además de que es muy fácil caer en la dinámica de una relación tormentosa con un hombre, pero es muy difícil salir de ella, incluso ¡estando en peligro de muerte! El “síndrome de la mujer maltratada” es una realidad, que se caracteriza por vergüenza, culpa, depresión, ansiedad, fobia y miedo (más bien terror al maltrato). También existe el “síndrome de Estocolmo doméstico”, donde percibimos una amenaza, nos aislamos y sólo está él para nosotras. Él indica lo que está bien y lo que nos merecemos. Nos sentimos sin poder escapar, lo defendemos (“él no tiene la culpa”) y evitamos denunciar el maltrato. Con esta anécdota quiero decirles que sí es posible salir de una relación tormentosa, que la terapia es la herramienta indispensable para poder retomar nuestra vida, quitar viejos patrones pero sobre todo: VIVIR BIEN, sin la zozobra ni el miedo. Si están en una relación así, pidan ayuda terapéutica, de verdad como mujeres nos lo merecemos. Escrito por Caro R.

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