Cambios

Y vivieron felices para… ¿siempre?

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El enojo de la pérdida permanente

Así terminaban los cuentos que solíamos escuchar y leer cuando éramos niñas…Nada más alejado de la realidad sobre todo cuando el príncipe muere y te deja sola con responsabilidades que muchas veces no sabes cómo vas a enfrentar y resolver.

Ana María(*) quedó viuda, con dos hijos en edad escolar, ella había decidido dedicarse a cuidar a sus hijos y al hogar y de la noche a la mañana quedó sola, con una profunda tristeza en el alma, sin protección ni apoyo.
Ese no era su único problema, además de tener un hueco en su curriculum por los años sin actividad profesional, su edad, alrededor de 38,  joven para ser una viuda, vieja para ser candidata en cualquier puesto que solicitara, tenía cuentas pendientes que pagar, colegiaturas, hipoteca, luz, agua, alimentación y todos los demás gastos que nunca terminan.
Y además la familia de Juan(*) su difunto marido parecía haberla olvidado.
Sus padres y hermanos estaban al pendiente de ella y de los niños pero su situación económica y sus ocupaciones personales no les permitían ayudarle mucho.
La vida seguía adelante pero para Ana María, parecía haberse detenido.
Con todos estos problemas, empezó a sentirse muy enojada con Juan, ¿cómo se le ocurría dejarla sola con un paquete tan grande? con la familia política, ¿por qué actuaban como si no pasara nada y se alejaban de ellos?  con ella,  ¿por qué no había pensado que algo así podía suceder? ¿por qué no se preparó para enfrentar una situación como ésta? con Dios, ¿por qué le había quitado a Juan antes de tiempo? con la vida ¿cómo consolar y educar a sus hijos si ella no podía consigo misma? ¿para qué seguir luchando si estaba tan cansada?
El destino confrontó a Ana María con la única realidad de la vida “la muerte”.
A veces encerrada en sí misma, olvidaba el dolor y el enojo que sentían sus hijos, y cuando estos se portaban mal o hacían travesuras, o traían reportes de la escuela, para llamar su atención, ella los reprendía violentamente desquitando en quienes menos lo merecían su frustración, su dolor, su soledad.
Después ya a solas reaccionaba y se daba cuenta de lo que había dicho o hecho y se sumía en la culpa.
En otras ocasiones no quería que sufrieran más y trataba de ocultar su dolor y sus lágrimas y fingía que no pasaba nada, que todo estaba bien.
Qué equivocada estaba Ana María, si ella hubiera sabido que lo que ella y sus hijos necesitaban era compartir su dolor, llorar juntos, hablar de cómo se sentían, de cuánto extrañaban a Juan, el dolor hubiera sido más soportable desde el principio, y aunque un poco tarde pensó en buscar ayuda pero ¿a quién?
Sus amigas se habían alejado también porque ahora estaba sola y frágil, necesitada de consuelo y su presencia era peligrosa porque exponían a sus maridos.
Estos rechazos, el alejamiento de los seres en quien ella y Juan confiaban, su soledad y los problemas financieros, la hacían sentir cada vez más enojada, más triste, más frágil.
Esta es la historia real de una de muchas mujeres que de un día para otro quedan solas y a las cuales he escuchado y aunque los datos personales y la versión son diferentes la experiencia y las vivencias son las mismas.

Las viudas quedan en el desamparo, y en ocasiones sin recursos económicos, y sin preparación académica ni trabajo, con responsabilidades, es una población  que a nadie parece interesar y por eso no existen ni leyes ni instituciones que se preocupen por ellas.
Además es importante recibir ayuda, contención y apoyo durante el proceso de duelo para evitar que éste se vuelva patológico y que la familia se desintegre, los hijos necesitan que el adulto que queda como responsable en este caso la mamá, tenga la capacidad emocional de entenderlos y acompañarlos también durante esta difícil e inevitable etapa.
Si estás en esta situación y/o conoces a alguna mujer que requiera ayuda ponte en contacto conmigo, ya que en los próximos meses estaré abriendo talleres de apoyo psicológico y tanatológico para viudas.

(*) Se utilizaron nombres ficticios para proteger la identidad de los protagonistas.

Escrito por Nora E. Marbán Garduño

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