Las exigencias de la maternidad han estado presentes junto con la aparición del hombre en la tierra. Desde la antigüedad se le ha dado a la mujer gran responsabilidad en el cuidado y educación de los hijos. Como es bien sabido las mujeres por muchos, pero muchos años estuvieron alejadas de la fuerza laboral y del acceso al conocimiento (estudios).
Afortunadamente la evolución ha traído para la mujer opciones de vida, hoy en día tenemos la posibilidad de escoger ser madres, profesionistas, trabajadoras, políticas, pertenecer al ejército, esposas, amas de casa, etc., inclusive una combinación de las posibilidades antes mencionadas.
La maternidad puede llevarnos a la exigencia de ser “perfecta”. Si me voy a dedicar a la crianza de mis hijos tengo que ser la mejor mamá, la mejor compañera de juego, la mejor cocinera, la casa debe estar impecable, debo saber de pedagogía, de medicina, deportes, etc. “Después de todo es lo único que hago”. Por el contrario si somos mamás trabajadoras debemos demostrar que aparte de trabajar somos tan autosuficientes que llegamos a casa a lavar, plancha, cocinar, hacer tareas, etc. “Si no cumplo con estas cosas significa que no soy capaz de educar a mis hijos y trabajar”.
Pero se nos olvida que también somos seres humanos que sienten y piensan. La mamá perfecta se encuentra muy lejos de nuestra realidad, afortunadamente las mamás somos mujeres que se equivocan, que sienten tristeza, enojo, cansancio, sueño, nos enfermamos, tenemos mamá, amigas, esposo, trabajo, profesión, ¡sueños!… tenemos el derecho de sabernos humanas.
Hemos sido privilegiadas con la maternidad, esos sentimientos no se experimentan con nada ni nadie en el mundo, este amor no tiene explicación, solo vive en nuestro corazón y llena con tanta inmensidad nuestro ser que es insuficiente lo que las palabras puedan expresar.
Es fenomenal tener una carita sonriente que nos llame “mamá” y mejor aún cuando nos sabemos mujeres a la par y no por encima o debajo de la maternidad.
¡FELICIDADES MAMÁS!
Psic. Diana Murguía.
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