Abriendo alas

“Ser o no ser”

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Esa es la cuestión o más bien deba decir, el llamado de la vocación. Hace algunos días, platicaba con un amigo sobre el proceso que seguí cuando elegí mi carrera profesional. Confieso que nunca revisé las diferentes licenciaturas que ofrecía la máxima casa de estudios. En parte no lo hice, porque viajar hasta Ciudad Universitaria desde la hermana república de Satélite, en aquellos años ochenta, no era una opción viable para mí o para mi familia. Tenía que buscar, como en las ofertas de fin de temporada, algo bueno, bonito y barato, pero que sobretodo, que en el futuro me dejara dinero.

 

En mi corazón estaba la opción de querer ser historiadora. Pocas universidades ofrecían esta carrera, por lo que el panorama se cerraba casi de inmediato. Pero el argumento que terminó por matar esta posibilidad fue: “estudia algo que te dé dinero, sino vas a terminar dando clases”. Jajaja hoy, como desde hace muchos años, soy profesora universitaria. Parece una ironía o una broma del destino. Además debo agregar, como para darle sabor al caldo, que desde niña quería ser maestra. Recuerdo cuando una maestra en cuarto de primaria nos preguntó: ¿qué quieres ser de grande?, sin titubear mucho: maestra de pueblo. Se puede decir que ésta es una de las anécdotas de mi infancia. La recuerdan mis padres y mis hermanos. Poder llegar a hacerla realidad ha tenido su historia.
Sé perfectamente que no soy maestra de pueblo, pero sí de una prestigiosa universidad privada en México. Creo que hoy no serían muy útiles los argumentos que me dieron cuando niña  para que desistiera de mi loca idea: “pero si no te vas a bañar” y “no te van a pagar con dinero, sino con gallinas y guajolotes”. Hoy me baño y no me pagan con gallinas, pero lo más importante es que cumplo mi sueño de vida. Estar cerca de mis alumnos me hace muy feliz. Siento que al compartir sus sueños, se realiza el mío. Estudié la Licenciatura en Derecho, porque según yo, tenía mucho de historia y podría dejarme lo que supuestamente era lo más valioso: el dinero. Decidir no dedicarme, después de tantos años de estudio, a litigar o trabajar en un afamado despacho fue una gran desilusión para mis padres; escuché en su lenguaje corporal el mensaje de: “tanto dinero invertido en tu educación para que salgas con la bobada de ser maestra”, “los maestros se mueren de hambre” o “todos están metidos en la grilla”. Recuerdo que cuando tomé la decisión de dedicarme a la docencia del Derecho, sin la posibilidad de dar marcha atrás, fue uno de los días más felices y tranquilos de vida. Se me quitó un peso de encima al no tener que seguir siendo alguien que no queríaPensamos que la vocación es un don para los iluminados y no para que- día a día- persigamos nuestro sueño de vida .
Fui feliz porque seguí el llamado de mi vocación. Hay quienes piensan que la vocación es para sacerdotes o médicos, pero no para el común de los mortales que nos pensamos dos veces el momento de tener que hacer un sacrificio. Pensamos que la vocación es un don para los iluminados y no para que- día a día- persigamos nuestro sueño de vida. No se nos ocurre pensar que en todo lugar existe alguien con vocación. Creemos que quienes hacen tareas que se consideran menores no puede gustarles su trabajo. Consideramos que un empleado bancario o algún policía no pueden actuar gracias al llamado de la voz interior. Reflexionemos por un instante en el grato momento que ha sido descubrir a alguien que se encuentra en el lugar correcto. ¿Qué sería de este mundo si todos estuviéramos en el lugar adecuado?...un mundo de gente feliz!!!
En muchas ocasiones tendemos a culpar a nuestros padres de matar nuestro sueño. Pocas veces buscamos comprenderlos. Ellos nos aconsejan según su visión del mundo y de su experiencia de vida. Lo importante es tener la confianza y darle valor a nuestra propia visión del mundo, escuchar esa voz interior del llamado de la vocación. Pero ¿y el dinero? Cuando alguien vive con pasión su sueño, el dinero y el reconocimiento viene por añadidura…es una reacción en cadena. Vivir el sueño implica un serio compromiso y una gran responsabilidad con lo que se quiere ser. Como padres debemos conocer el sueño de nuestros hijos. Así como sabemos si les gusta el futbol y la pintura o si son buenos para cantar o para las matemáticas. Reconocer sus talentos para tenerlos presente en todo momento y buscar desarrollarlos con ellos. Abrir nuestros corazones para escuchar el llamado interno de su vocación. Pude ser que no nos agraden del todo, pero a ellos sí pues se trata del sueño que da sentido a su vida. Somos personas distintas caminando juntas en el sentido de ser felices.

Escrito por: Maricarmen Díaz Juárez.

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