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Elizabeth Taylor en terciopelo

Elizabeth-Taylor-en-terciopelo¿Quién no la reconoce? ¿Quién no vio alguna fotografía o película de Elizabeth Taylor? Todo nacido en el siglo pasado reconoce ese rostro clásico, esas cejas oscuras enmarcando los ojos aceitunados, ese óvalo nacarado, ese pelo oscuro mantenido pese al tiempo. Significa algo, ya sea porque la vimos dueña de su papel en Cleopatra, o espléndida en ¿Quién le teme a Virginia Woolf? y enigmática en Reflejos en un ojo dorado; o porque supimos de sus amores y sus ocho matrimonios y porque nos tocó un pedazo del romance cuando ella y Richard Burton hicieron de Puerto Vallarta un icono internacional en La noche de la iguana.

O porque también tuvo su amor con un mexicano. O nos tocó leer que salía de una clínica de rehabilitación por alcoholismo. (Tal vez porque esa parte, la más abismal y oscura, siempre nos hace pensar en la fragilidad humana, en que a pesar del glamour y las joyas y las muchas casas y mascotas y viajes, los personajes de la pantalla, los que caminan en la alfombra roja luciendo un Armani o un Pucci son como nosotros: se rompen). Mis padres la mencionaban, la vimos en libros de cine, en los Oscares, porque Elizabeth Taylor era un bien común. Más de 70 películas no desmienten el mito. Los periódicos han encabezado la noticia de su muerte llamándola “La última reina de Hollywood”. Sin Ava Gardner, sin Rita Hayworth, Elizabeth Taylor era efectivamente el resabio de la era de las superproducciones de Hollywood. La última representante de los cuerpos bien alimentados y las proporciones redondeadas, aunque padeciera sobrepeso al final.

 

Pero yo tengo una Elizabeth Taylor personal. La que marcó mis 11 años, la que se impuso como heroína para reventar los muros de mi casa en la Ciudad de México y hacerme habitar otros paisajes. Me refiero a la serie que veíamos en televisión en blanco y negro a finales de los 60. Velvet o Fuego de juventud. La muchachita Velvet Brown que montaba a caballo y que entrenaba para competir como jockey. Pelo negro detenido por una diadema, camisa a cuadros y pantalones ajustados. La serie había sido estrenada en el 44 pero llegó a México mucho después, y quién lo iba a notar entonces. Estaba basada en la novela de Enid Bagnol, Velvet Nacional, y en el guión había intervenido Helen Deutsch (quien haría la adaptación de Valle de muñecas para cine). Fue uno de los primeros trabajos de una Elizabeth de 12 años, recién llegada de Inglaterra donde compartió créditos con Mickey Rooney. Ya desde los 10 años, Elizabeth había participado en la película Jane Eyre. Pero cuando yo veía Velvet, no pensaba en la actriz joven que encarnaba en papel. Pensaba en la chica y el caballo. En el nombre que me hubiera gustado tener entonces. Velvet, Terciopelo. Traducido no funciona y si uno piensa en su significado es altamente cursi. Pero el sonido, esas dos ves y es, tenía la suavidad que arrastraban a mis sueños de niña al paraíso de los caballos que nunca había montado y de las pistas de carreras que no conocía. (El Velvet volvería más tarde a envolverme en la película Blue Velvet del siempre perturbador Lynch, con esa clásica y lánguida tonada de los 50, tan acariciable como la tela… Y quién iba a imaginar que los Creedence Clearwater Revival se llamaron en su comienzo en El Cerrito, California, Los Blue Velvets).

Elizabeth Taylor como Velvet tiene la culpa de que mis primeras historias escritas tuvieran como protagonista a una chica que montaba a caballo y que estaba enamorada de un tal Richard (hasta ahora pienso en las coincidencias). Cuando finalizó la serie, a Elizabeth le regalaron el caballo que montó como Velvet. A mí Velvet me dio una de las primeras pruebas de que la ficción valía la pena, y contar historias también.

www.MonicaLavin.com

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