La disminución del dolor se antepone al aumento de felicidad: Karl Popper
Nunca vislumbré cuán duro sería para mi esposo que dejara su trabajo. Un día amaneció con la noticia de que ya no haría más lo que hasta ese día realizaba. Su sueño profesional se derrumbaba precipitadamente. Aquello por lo que había luchado durante años, aquella actividad que previamente había buscado durante tanto tiempo, aquel diario ir y venir que lo apasionó durante muchos años, era, a partir de ese trágico día, sólo un recuerdo.
Ganaba un sueldo promedio, pero para él lo más importante de su trabajo era que ese quehacer particular le daba sentido a su vida. Que lo hacía sentirse útil y lo convertía en alguien especial. Nadie era tan capaz ni tan dichoso en su trabajo como él. Pero todo eso se había terminado. Ese día mi marido entró a un túnel negro cuyas consecuencias nunca imaginamos ni él ni yo.
Tomábamos un café cuando mi amiga Mariana me contó lo que le había sucedido a ella y a su pareja tres años antes. Al principio fue como un sueño, una pesadilla, como esos momentos donde te hablan pero no escuchas, continuó Mariana. Por supuesto que fue mucho más duro para él que para mi, pero al perder su trabajo nos afectó a todos. Ahora sé que llegar a los cuarenta y tantos años y quedarse sin trabajo es una de las experiencias más duras que puedes vivir como persona y como familia. El dolor quizá no sea comparable a la pérdida de un ser querido pero puede ser tanto o más difícil de enfrentar. No tienes ingresos ni actividad. Puedes caer en depresión y alcoholismo muy fácilmente. La gente llega a ver raro a mi marido por no tener trabajo. Después de todo este tiempo, apenas ahora comenzamos a ver la luz al final del túnel, me confesó Mariana mientras agachaba la mirada para coger la cuchara y darle vueltas lentamente a su café.
Amar y trabajar
Sigmund Freud solía decir que para tener una mente sana lo más importante era amar y trabajar. Trabajar es forjar un futuro mejor. Es darle dirección a nuestro diario quehacer, es darle sentido a la vida. Ganar dinero nos da confianza. Seguridad. Cuidamos a la familia. Ganamos el aprecio de nuestros compañeros de trabajo y de nuestros amigos. El ir y venir nos mantiene en alerta mental. Diariamente aprendemos y crecemos como personas. Por ello, perder el trabajo es perder dinero, autoestima, valoración social, autoridad moral, dirección y sentido de vida. Como amas de casa nos sucede igual cuando los hijos se van. De pronto no sabemos qué hacer ni hacia donde dirigirnos. El nido se vacía y parte importante de nuestra identidad también.
Ganar también es perder
Inevitablemente la vida nos coloca frente a pérdidas muy dolorosas. Además de la pérdida de seres queridos, son varias las situaciones estresantes y angustiosas que debemos enfrentar. Un niño que pierde a su mascota, una adolescente desolada por el abandono de su novio, una familia que deja el confort de su casa para cambiarse de colonia, una pareja que sufre un divorcio; son todas pérdidas inquietantes. De hecho, toda evolución supone una pérdida. Crecer significa perder la inocencia infantil, la jovialidad de la juventud, la autosuficiencia de la madurez. Paradójicamente cada paso que damos, por positivo que sea, significa dejar atrás algo de nosotras.
Nos forma desde pequeñas
Desde pequeñas nos vemos envueltas en pérdidas. Casi todas podemos recordar la muerte de una mascota o un cambio de casa o un cambio de escuela que fue duro de asimilar cuando niñas. No son pocos los noviazgos de adolescentes que terminan en una profunda depresión. Y peor, pues muchas veces como mamás solemos minimizar dichos sentimientos. A los niños les regalamos otra mascota como si su amor y su recuerdo se pudieran sustituir con una compra. A las adolescentes les decimos que ya vendrán mejores partidos, como si su profundo sufrimiento fuera por razones equivocadas. Éstas pérdidas, la forma como solventamos eventos traumáticos, darán forma a nuestra personalidad adulta.
Dos o tres años
Generalmente no escogemos las pérdidas. PeroLa última etapa de duelo es la adaptación o reestructuración de la nueva vida. Dos o tres años después de la pérdida hemos comenzado a integrar la ausencia
sí somos libres de escoger el camino para asimilarlas y aprender de ellas. Ya sea que hayamos perdido una relación o a un ser querido, el duelo tiene rasgos comunes en cada persona. De acuerdo con los especialistas, todos tenemos tiempos y maneras diferentes de duelo. Aún así, algunos profesionales marcan etapas genéricas con tiempos relativos. Quizá pensemos que el duelo por muerte dura unos días o hasta unas semanas pero los estudiosos han concluido que lo recurrente es que dure hasta tres años. Hay casos lamentables en que el duelo se vuelve crónico. En el caso de Mariana y su marido, es a los tres años cuando comienzan “a ver la luz al final del túnel”.
Etapas cruciales
Cuando nos avisan de una pérdida, lo primero es negarlo. “No puede ser”. Estamos aturdidos. En esta fase no logramos concretar nada cotidiano. No funcionamos con normalidad. Durantes estas primeras horas y días lo habitual es que estemos tristes por momentos y por otros estemos abstraídos. Va y viene el dolor. Después llega una suerte de enojo y una búsqueda de culpables contra quienes descargar la ira. Algunas semanas más tarde, comenzamos a asimilar la pérdida. Durante meses y hasta dos años después, perdemos el sueño, el apetito, entramos a una etapa donde nada nos motiva. Nos encerramos. Estrés, ansiedad y una vida irregular pueden impactar nuestra salud física.
Pedir ayuda
El dolor y la tristeza de un duelo son normales pero en ocasiones no logramos asimilar la pérdida. Si conoces a alguien que después de meses de duelo no funciona socialmente, que abusa del alcohol, las drogas o de las medicinas, que está deprimida, que siente una culpa profunda, que desea morir, que está enojada permanentemente, que divaga, entonces acércala a los médicos, a grupos de ayuda, o a otros especialistas. Lo mejor, sino es que la única forma de salir adelante frente a una pérdida dolorosa, es apoyarse en otras personas. Ayúdate y ayuda a quien lo necesite.
Reinventarse
La última etapa de duelo es la adaptación o reestructuración de la nueva vida. Dos o tres años después de la pérdida hemos comenzado a integrar la ausencia. No la olvidamos sino que tenemos una relación simbólica, diferente en muchos sentidos. Nuestras creencias y valores se redefinen y tenemos otra filosofía frente a la vida. Revaloramos aquello que nos es más importante. Le damos más tiempo a nuestros seres queridos. Cuidamos de ellos. Nos reinventamos para poner más atención en lo que consideramos más valioso.
Regala vida
“Siempre estaré agradecida a la familia de mi donante, porque a pesar de su dolor me dieron una segunda oportunidad. [Debido al trasplante de corazón] he vuelto a trabajar como enfermera y ahora disfruto de una vida plena con mis amigos y mi nieta, lo cual pensé no podría volver a hacer, ya que me habían dado sólo dos años de vida. Las personas que dan el regalo de vida son verdaderos héroes, Dios los bendiga”. Mary Carmen González.
Meses después de que muriera su hijo Ale de tres años, Adriana Castro y su marido se pusieron a trabajar y crearon la Fundación Ale Donación de Órganos. “Sin la donación de órganos, yo no tendría la tranquilidad emocional de saber que mi hijo dio vida a otros niños”. Estos testimonios y la información sobre la Fundación los puedes encontrar en www.quierodonar.com.mx
Escrito por: Equipo SuperMujer