Cambios

Remendando un corazón

Escrito por: Rebeca Harfuch

Mis padres perdieron a su primer hija cuando tenía solo 8 meses, nació un 23 de septiembre de 1949 y murió un 6 de mayo de 1950. Vivían en un pequeño pueblo del Istmo en Oaxaca, en Ciudad Ixtepec, las atenciones médicas eran muy precarias y murió de una terrible deshidratación, causada quizás por una infección estomacal.

El sufrimiento como padres primerizos fue terrible, mi madre cuenta que durante un mes no salió de su casa y lloraba todo el día, mi abuela se vino a estar con ella durante todo ese mes, sin lograr consolarla.
Sin embargo mi abuela notó que el vientre de mi madre estaba abultado y le preguntó si se sentía bien, el resultado era un embarazo de casi cuatro meses, mi segunda hermana nació en octubre de 1950.
Esa alegría disminuyó el dolor de la pérdida de Blanquita, insisto disminuyó.
Ese dolor quedó dormido, mis padres se mudaron a la Cd. De México, pues aquí encontraban médicos capacitados para cualquier inconveniente, en esa época el pediatra hacía visitas a domicilio en este caso eran 5 niños que revisaba por cualquier duda. La familia se compuso de tres niñas y dos niños.
Cerrar el capítulo, no, esos capítulos no cierran, se mantienen, pero como dice ya está cerca de mi Hace unos meses mi mamá empezó con la idea de exhumar los restos de mi hermana, que por diversas razones no se hizo cuándo mi papá aún vivía, así que mi hermano menor se dio a la tarea de los trámites, para darle gusto a mi mamá.
El 11 de mayo del 2010, se exhumó la pequeña tumba, restos de pequeños huesos, un pato de hule y la cabeza de su muñeca, más un listón blanco se encontraron, fueron colocados en una urna de madera.
Ayer al llegar a la oficina me entregaron la pequeña caja, confieso que sin haberla conocido mi corazón se sintió tranquilo pero las lágrimas brotaron entre dolor y alegría.
Por la tarde me encaminé a casa de mi madre ella, había levantado un pequeño altar con rosas blancas y un marco con la virgen de Guadalupe, estaba inquieta desde que le había avisado que llegaría por la tarde, lloró y lloré junto a ella, finalmente llegó su niña, los recuerdos se le vinieron encima y no dejaba de contarme sobre los ocho meses que vivió, Blanquita, de lo linda y grande que era, de su primer palabra, y del sufrimiento de los dos días que vivió la pequeñita con esa deshidratación fulminante, la tranquilidad que le representaba tenerla con ella.
Cerrar el capítulo, no, esos capítulos no cierran, se mantienen, pero como dice ya está cerca de mi, su urna estará junto a la de mi papá y a la de mis abuelos, todos juntos.

Escrito por: Rebeca Harfuch

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