Errar es humano, las causas pueden ser diversas y por más que estemos dando constantemente nuestro mayor esfuerzo, llega un momento en la vida en que todos fallamos, lo importante es lo que podemos aprender de esos errores.
Dicen que las únicas personas que nunca cometen errores son aquellas que nunca hacen nada. Lo cierto es que los errores son enseñanzas, nadie puede hacer todo perfecto todo el tiempo –y sinceramente, la vida sería muy aburrida si nunca nos equivocáramos–. Pero como muchas cosas en la vida, lo que nos pueden dar nuestros errores dependerá de la actitud con la que los enfrentemos.
Muchas personas son incapaces de aceptar sus errores, siempre encuentran a quién echarle la culpa o se justifican en las circunstancias para no admitir que el error fue suyo. Esto les impide entender realmente lo que ocurrió y aprender de la experiencia; se ciegan buscando culpables, en lugar de encontrar las oportunidades de mejora que nos indica la existencia del error.
El problema es que vemos los errores como algo vergonzoso, somos rápidos para señalar cuando alguien se equivoca y nos llenamos de ansiedad al pensar que alguien descubra cuando nosotros lo hemos hecho. Y es que vivimos en una sociedad que pone gran peso en el éxito e implícitamente tenemos la creencia de que fallar implica que somos un fracaso.
Los errores nos hacen sentir vulnerables, nos sacan de control y desafían el orden que tenemos de las cosas; pero precisamente por todo eso, nos ponen alerta, nos hacen ver las cosas de otro modo y nos retan a salir de lo ordinario. Ser capaces de admitir nuestros errores –aunque sea con nosotros mismos– el primer paso para emprender los cambios que nos permitirán avanzar más lejos, quizá incluso más de lo que lo hubiéramos hecho sin cometer errores.
Escrito por: Elena Pedrozo