La educación ha sido un laboratorio para experimentar las ideas dominantes de cada época. Por ejemplo, en el siglo pasado, las teorías de razas se usaron para trazar políticas educativas en América, que convirtieron las escuelas en uno de los principales centros de producción y reproducción del racismo, como explica Sandra Soler Castillo en un artículo dedicado al estudio del racismo en la educación.
“Las formas más corrientes de racismo y discriminación en la educación se
presentan fundamentalmente en la administración, la gestión, el currículo y las prácticas en los salones de clases. A su vez, estos engendran desigualdades en el acceso, en la supervivencia en la escuela, en los logros en el aprendizaje y los resultados y en el desempeño social”, agrega la autora.
Es decir, la educación ha estado cargada de desiguales de poder, lo cual ha generado exclusión, opresión y racismo. Para ilustrar mejor este punto, retomemos las recomendaciones del Washington Research Project, citado por Soler, que sugiere que: “Si un niño o niña no es de raza blanca, o es blanco, pero no de clase media, no habla inglés, es pobre, necesita ayuda especial debido a problemas de visión, audición, motricidad, lectura, escritura, de conducta, de crecimiento, o es una chica embarazada o casada de 15 años, no está su suficientemente aseada o muy poco, entonces, en muchos lugares, las autoridades académicas decidirán que la institución escolar no es el lugar para ese niño o niña”.
Con la finalidad de corregir las atrocidades producidas por recomendaciones de este tipo, se creó la educación antirracista. Lo primero que se explora dentro de este modelo es el privilegio de los blancos, quienes dominan el poder económico, político y cultural. Como solución, la educación antirracista propone desmitificar las historias para invitar a un cambio que les devuelva a los “otros” la esperanza de alcanzar la equidad. La escuela antirracista demanda del maestro dicha tarea.
A su modo de ver, es él quien “debe desmontar la cultura perversa de la
evaluación de la que él ha sido víctima por parte del sistema y la cual de
manera acrítica aplica también al estudiantado”.
Por eso, aconseja que los profesores sean entrenados para convertirse en
agentes de cambio. Es decir, en maestros críticos, con capacidad para
comprender y transformar sus prácticas. Maestros capaces de cuestionar
ciertos tipos de contenidos, evaluaciones y dinámicas, de manera que se
encuentre respuesta a las urgentes preguntas pendientes todavía en este siglo: ¿Cómo crear escuelas donde todos los estudiantes sean valorados? ¿Cómo ayudar a los estudiantes a dar sentido a sus identidades y a construir
seguridad y confianza en sí mismos? ¿Cómo incorporar los asuntos
emocionales, afectivos y psicológicos en el aula? ¿Cómo hacer que los
estudiantes desarrollen una voz que se levante contra el orden establecido?
¿Cómo hacer que vean su identidad desde un lugar de fuerza, poder y
agencia? Cuando los maestros asuman dicho papel, estaremos dando un gran paso hacia la resolución de la verdadera gran pandemia de este tiempo: la discriminación racial.