Escrito por Yraida Carolina Moreno
¿Qué ojo te está llorando mi niña?
¿De qué hablas abuela?
Depende del ojo por el que te escurra la lágrima, será el origen de tu pena.
¿Cómo es eso abuela?
Cuando seas grande lo entenderás…
Ay abuelita, cómo sospechar que dentro de ese fuerte y diminuto cuerpo habitaba tanta sabiduría. En ti, que tus días se pasaron yendo y viniendo, cerro arriba, con leña en hombros para la cocina. El tiempo ha pasado y las experiencias de vida hoy me hacen comprender tus palabras.Ojalá haya Wi-Fi en el cielo para que Dios se meta en internet y te lea lo que hoy te estoy escribiendo.
¡El ojo por el que me escurre la lágrima es el izquierdo! Este que según los expertos representa el linaje materno. Linaje sufrido por abusos, desamores, abandonos y maltratos. Para protegernos se uso, generación tras generación, el estandarte: “mujeres seguras de sí mismas, independientes, luchadoras, capaces, emprendedoras, las que resuelven todo y no necesitan ayuda de hombre para sacar a sus hijos adelante”.
Abuela, las hijas que hemos desfilado detrás de ese estandarte, llevándolo “orgullosamente” sin bajar el brazo, hoy nos escurren lágrimas por nuestro ojo izquierdo.
Lloramos la incapacidad de entregarnos plenamente a nuestra pareja porque amar y seguir la autoridad, que representa la cabeza de la casa, se convirtió en sinónimo de dependencia y eso va en contra del estandarte. Lloramos el sentimiento de culpa por sentirnos felices dado que ustedes pasaron penurias. Lloramos el dolor de la infancia y juventud “perdida”, la que ustedes perdieron por “sacarnos adelante” y nos sentimos en deuda. Lloramos la posibilidad de salir embarazadas porque este hecho bendito representó en un pasado “truncar sus sueños”. Lloramos las recetas perdidas de la comida casera. Lloramos los rituales extintos junto a los cuentos y cantos. Lloramos la sensibilidad perdida: coquetear, dejarnos querer, consentir, pedir ayuda, llorar abiertamente sin tener que encerrarnos en el baño para que no nos digan “débiles”. Lloramos nuestra feminidad, nuestra esencia reprimida. Lloramos el peso del brazo que sostiene el estandarte abuela.
Ya sé de dónde viene mi pena, he decidido dar el paso al frente y soltar el estandarte. Volteo a mirar el legado y me inclino en señal de honra a la vida que llevaste, tú, mi madre y las mujeres de mis antepasados. Ustedes pagaron su precio y gracias a ello, hoy, soy lo que soy. La única manera que tengo de honrarlas, es vivir la Vida que me dieron a plenitud.
Voy adelante, ocupando mi lugar: el de mujer. Me expreso, me gozo, abrazo la vida y bailo con ella, me dejo fluir, me entrego, me abro, ofrezco mis talentos, pido ayuda. Voy con las manos libres para recibir: mis futuros hijos, mi prosperidad, la cristalización de mis sueños, mi éxito, todo esto y mucho más, asintiendo a la autoridad y feliz, porque “no hay deshonra en la obediencia cuando la orden es buena”.
Tomo la esencia, no es necesario más sufrimiento, con el de ustedes fue suficiente. Tomo el testigo y camino al frente, con cara al viento, ligera, sin pena, para tomar y para dar.
Abuela, las lágrimas que lloró mi ojo han tocado mi corazón y limpiado mi alma. ¡Gracias!
Escrito por Yraida Carolina Moreno