Todas guardamos secretos. A veces lo hacemos porque nos sentimos obligadas por las circunstancias. Por ejemplo, cuando somos poseedoras de información que puede hacer daño a un ser querido. Otras veces compartimos secretos con nuestras amigas. La complicidad del secreto nos une. Quizá por ello, como mamás siempre buscamos compartir secretos con las hijas. Cuando me enteré que una de mis hijas no me había contado un problema que le había sucedido en la escuela, me sentí alejada de ella. Para su papá aquello no tenía importancia pues “todo mundo guarda secretos”. Pero como mamás sabemos que es un signo grave el no compartir secretos con alguna hija. Sentimos que se rompe nuestra cercanía. Nos preocupamos no sólo por lo que se esconde detrás del secreto sino sobretodo porque nos estamos alejando.
Cercanía o rechazo
Que una hija no nos cuente lo que le sucede es al menos frustrante. Sentimos que fallamos como mamás. Quién mejor que una misma para decirle a nuestras pollitas el camino que deberían seguir ante tal o cual problema. Somos las mamás las más preocupadas por ellas. Somos, quizá, las únicas personas auténticamente interesadas en su bienestar. Así que la poca comunicación no sólo es muestra de poca cercanía sino que provoca malestares mayores. Pero como hijas, muchas veces no queremos compartir nuestras malas experiencias pues justamente lo que buscamos es ser queridas y aceptadas tal y como somos. No queremos que nos digan lo que debimos haber hecho o debemos ser. No queremos que nos critiquen. Simplemente queremos ser amadas y aceptadas por cómo somos. Especialmente queremos ser aceptadas por nuestros papás.
Aceptación
En una ocasión, fuimos invitados a comer a la casa de unos amigos. Después de comer, los hijos adolescentes decidieron salir a dar un paseo. Una de ellas sacó un gorro tipo caribeño muy colorido y se lo colocó sobre la cabeza al salir. No había pasado ni un instante cuando su mamá le dijo “no piensas salir así a la calle”. Fue entonces cuando comenzó un debate entre mamá e hija por las apariencias de la pequeña. La mamá no cedió y la hija se tuvo que quitar el gorro. Cabizbaja, dio la media vuelta y salió por la puerta. Al cumplir los dieciocho años, aquella mujer buscó estudiar fuera de casa y hasta el momento ya no vive con sus padres. Quizá se trataba de una mujer deseosa de independencia o quizá se salió de su casa pues sentía que no era apreciada por lo que ella era. A veces como mamás nos preocupamos de más por las apariencias y al hacerlo nos alejamos de nuestras hijas.
Ser bellas
Como mujeres, es lógico que nos importe mucho la apariencia de nuestras pequeñas. Todos los días nos vemos al espejo antes de salir de casa para asegurarnos de estar bonitas o al menos presentables. Normalmente vemos a otras mujeres y estamos pendientes de cómo mejorar el pelo o el vestido o los accesorios. “Quizá se vería mejor con el pelo suelto”. No menos interés tenemos de que nuestras pequeñas salgan a la calle lo más bellas posibles. Pero cualquier comentario que hagamos puede ser interpretado como regaño o crítica. “Esos pantalones se te ven un poco apretados” puede entenderse como “estás muy gorda”.
Dos mensajes
De acuerdo con Deborah Tannen, especialista en lingüística, todo comentario tiene al menos dos niveles. Uno es lo que literalmente decimos y otro es lo que estamos queriendo decir. Razón por la que, al escuchar algún comentario, estamos acostumbradas a leer entre líneas. Y son esas interpretaciones las que nos acercan o alejan de nuestras hijas. Una vez que, como mamás, entendemos que nuestras sugerencias pueden ser interpretadas por las hijas como críticas mal intencionadas, empezamos a detenernos y preferimos cuidar más todo lo que decimos. A veces es mejor no decir nada. Al hacerlo, mejoramos sustancialmente la relación con nuestras hijas. Pero ello tiene un costo para nosotras. El otro lado de la moneda es que como madres sentimos que no estamos guiándolas como deberíamos hacerlo. La buena comunicación, como todo en la vida, es un arte que se aprende sobre la marcha. Una donde es necesario encontrar el justo medio cuidando mucho lo que decimos.
Se acerca o se aleja
La relación entre madres e hijas puede variar hacia todos los sentidos. Quizá se llevaban bien cuando era adolescente la hija y de grande ya no se llevan nada. O quizá se llevaban mal cuando la hija era adolescente pero ahora se llevan estupendamente bien. Una actitud algo común es que la mamá sea percibida por la hija adolescente como una persona criticona pero que al paso de los años, sobretodo al envejecer la mamá, es la hija la que comienza a criticar en exceso. Para la doctora Tannen, al entender que aquello que decimos no siempre significa lo que decimos, comenzamos a mejorar la comunicación y con ella la relación. Cuando le llamamos a nuestra mamá y ella nos contesta “te extrañé”, es probable que ella esté diciendo “por qué no me has llamado antes”. Al comprender esta lectura entre líneas vamos cambiando la forma de expresarnos y ello provoca que la relación evolucione.
Pelo, vestido y peso La relación entre madre e hija, es quizá la relación más complicada que existe pero también la más reconfortante. Puede ser una donde haya una unión y cercanía casi total o puede ser un infierno. Entre mamá e hija se comunica más, hay más qué platicar y con ello hay buena unión pero también se corre el riesgo de ofender con facilidad. Incluso suele suceder que pasemos de un estado de alegría a uno de enojo en cuestión de milisegundos. Cualquier comentario que la mamá haga sobre el cabello, la vestimenta o el peso es razón para mover intensamente los sentimientos de las hijas, según Tannen. Incluso de grandes. En una ocasión cuando fue a una entrevista a la televisión, la mamá de la especialista le llamó para preguntarle si iba a usar el mismo vestido. Fue justamente este comentario la que la llevó a estudiar la forma de conversación entre madres e hijas. |
Secretos, mentiras y control En su libro ¿Piensas salir vestida así?, Deborah Tannen explica la forma de conversar entre madres e hijas. La autora afirma que la hija guarda secretos ante la mamá si percibe que va a ser rechazada. Es algo bastante común. La ironía de todo es que la mamá es la persona a la que más interés tiene la hija de contarle un secreto pero es la persona de quien teme la peor reacción. Al guardarse la información, la hija recupera poder y control pero se aleja del apoyo materno. Tannen sugiere que las mamás intenten “morderse la lengua” antes de hablar, sobretodo cuando se trate de la apariencia de las hijas. |