Cómo enfrentar la muerte de un ser querido con sabiduría
Para cualquier ser humano resulta ineludible el hecho de que la vida tiene estaciones. Hay épocas de primavera en que todo florece, el clima es favorable y cálido y la cosecha está al alcance de nuestras manos. Pero, asimismo, las hay de invierno, épocas difíciles, duras, en que la vida aparentemente es avara en dádivas y más bien generosa en momentos de dolor, de derrota y fracaso, de lucha sin premio, de… pérdidas.
Si bien para todo el mundo es evidente que en la vida se entrelazan las ganancias y los logros con las pérdidas y las renuncias, no todos lo aceptamos así. Es todo un arte saber perder. Se requiere sabiduría y humildad para reconocer que no se está en los gloriosos y que como las experiencias de pérdida son inevitables y universales, la tristeza, el dolor y el desánimo son reacciones naturales, sanas y esperables.
No sólo se pierde con la muerte. Desde luego, esa es la más demoledora emocionalmente de todas las pérdidas vitales. Se pierde siempre que tenemos que cambiar, que dejar atrás para madurar, que renunciar, que abandonar y también cuando nos dejan y nos abandonan. Para poder crecer, hay que renunciar siempre. No se pueden retener todos los floridos atributos de una edad y progresar a la siguiente. No. El bebé debe abandonar tal condición para poder ser niño. Igualmente, un adolescente renuncia a su infancia y los adultos tenemos que abandonar el mundo del placer y la inmediatez de los niños y la omnipotencia del adolescente para asumir la madurez con sus logros y con sus renuncias.
Unas pérdidas duelen y otras no. Pero lo cierto es que todos los días, todos nosotros enfrentamos pérdidas, así las aceptemos como tales validando la consiguiente reacción de duelo, o no.
Aunque en otra columna nos referimos al tema del duelo, podemos decir hoy que se llama así a la reacción personal frente a la sensación de ser despojados que nos deja una pérdida. Toma tiempo volver a sentirse bien, pero el que se altere temporalmente nuestro estado de ánimo, y nos sintamos “down”, grises, tristes, esLas lágrimas son una válvula de escape y, en muchos casos, un tributo de amor a quien las inspiró
perfectamente natural en el duelo y no quiere decir que sufrimos una depresión, a menos que la intensidad y la duración de los síntomas superen lo esperable.
En Colombia, hoy en día, miles de hermanos atraviesan por períodos invernales. El desempleo, las quiebras económicas, el desamparo y la desolación que siguen a desastres como el terremoto de la zona cafetera y las inundaciones, las familias víctimas de la violencia que ha segado con crueldad la vida de uno (o varios) de los suyos. Son muchos quienes viven duelos profundos, crisis que sacuden la noción del mundo confiable y seguro que antes nos reconfortaba. No sólo quienes sufren la experiencia, sino todos nosotros que presenciamos, en muchos casos impotentes, el dolor de tantos… también estamos en duelo.
Podría uno preguntarse si no será mejor taparnos los ojos y excluir la triste realidad de nuestro panorama vital diciendo “no ha pasado nada”. ¿Cancelar la solidaridad y la empatía, disfrazarnos de Supermanes o de Mujeres Maravilla para no sentir’
Si bien ante la derrota, el mal momento, la quiebra económica, la enfermedad grave o la ruptura amorosa hay que ser valientes y luchar por sobreponerse, también es válido y muy válido el poder llorar, entristecerse, decaer, protestar, para, aliviados, secarnos las lágrimas y podernos poner en pie de nuevo para recomenzar con ánimo, fuerza interior y entereza.
No llorar, no asumir la tristeza, no compartir las penas, lleva a que el dolor, que no encuentra salida, se represe y salga en forma de estrés, irritabilidad, enfermedades, intolerancia, inestabilidad laboral y mil síntomas más.
Si usted, amable lector, en este momento se encuentra agobiado por penas y pérdidas, permítase reaccionar, llore y proteste para desahogarse y verá cómo luego puede, ya aliviado, encontrar soluciones a problemas que ayer veía insolubles. Ante las pérdidas todos somos iguales, somos humanos. Recuerde que las lágrimas no son señal de debilidad ni indicio temible de que vamos camino a una depresión sin salida. Son una válvula de escape y en muchos casos un tributo de amor a alguien que las inspiró.
Cuídese, haga ejercicio, procúrese pequeños momento gratos, distráigase un poco, vaya a la iglesia. Recuerde que siempre, tras el invierno, vuelve la primavera.
Escrito por Isa Fonnegra de Jaramillo
Psicóloga Clínica
Autora de “De Cara a la Muerte”, “Morir Bien” y “El Duelo en los Niños”
Bogotá, D.C. – Colombia