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¿Por qué no me provoca ni abrir los ojos en la mañana, cuando estaba tan segura de lo que hacía? ¿Por qué me asusta el futuro si el presente demostraba ser tan incompleto e infeliz? Si en la práctica llevaba “sola” tantos años, ¿por qué ahora, cuando él se fue del todo, siento precisamente miedo a estar sola, a enfrentar la responsabilidad de educar a los niños y de valerme por mí misma? Creí que iba a ser más fácil… ¿Será que me equivoqué? ¿Que aún lo quiero? ¿Seré yo la anormal por añorar lo que sé que es malo, por no podérmelo sacar de la cabeza a ninguna hora? ¿Cómo estará él? ¿Sufrirá tanto como yo?
Estas y muchas otras preguntas se repiten incansablemente sin respuesta, llevando a la persona a un estado emocional de agotamiento.
Quizá si alguien nos hubiera advertido que después de ciertas tempestades lo que sigue no es la calma sino el dolor y la tristeza, que estuvieron opacados por la rabia, por el conflicto y la desesperación del fin de la relación, sabríamos qué esperar de nosotros mismos y podríamos vivir esta desconcertante etapa de emociones encontradas con más aceptación, tolerancia y paciencia.
Romper una relación amorosa es, en muchos casos, la única opción restante para un vínculo maltratante, destructivo, dañino. Luego de intentar la conciliación a través de interminables diálogos en la madrugada, luego de haber buscado el consejo de un sacerdote amigo, la orientación de una pareja ejemplar o la claridad en un proceso psicoterapéutico individual o de grupo, racionalmente se decide ponerle punto final al sufrimiento.
Pero queda una larga y penosa tarea por hacer: la de romper emocionalmente, la de poner distancia, la de desligarse interiormente del otro, la de asumir la nueva soledad, las pérdidas, hacer el duelo y ahí sí… poder volver a vivir con una identidad diferente, cambiada y probablemente más madura y mejor.
No suena difícil pero sí lo es. Equivale a aceptar la muerte psicológicaMantén una actitud positiva y benévola hacia ti misma; comprende que, por un tiempo, debes cuidarte y consentirte porque estás herida
del otro, como pareja mía, y a poderle dar un entierro de primera a la relación. Las experiencias de pérdida y la relación de duelo que le siguen, aunque dolorosas, son fuentes de profundos y sabios aprendizajes en la vida, cuando las aceptamos y las vivimos. Por lo mismo que son dolorosas, tendemos a evadirlas y con ello dejamos pendiente o inconclusa una tarea, la de aceptar y vivir el duelo inherente a una ruptura.
Si has vivido o estás atravesando por un momento de ruptura amorosa, llámese noviazgo, matrimonio, o cualquier otro tipo de relación afectivamente importante, ten paciencia contigo misma, tómate un tiempo, busca un espacio tranquilo y sin perturbaciones y concédete el permiso de sentir, de pensar en lo que sucedió, en lo que sientes, y de respetarlo.
Si no dispones de un buen psicólogo o consejero, imparcial y cálido, hazlo tú misma. Mantén una actitud positiva y benévola hacia ti misma; comprende que, por un tiempo, debes cuidarte y consentirte porque estás herida, acepta tus sentimientos y emociones; son naturales, aunque por su intensidad a veces te asusten. No espantes la tristeza; llora si lo necesitas. Recuerda y añora cuando sientas esa necesidad: cada vez te irá doliendo menos recordar, hasta que puedas hablar del pasado ya sin dolor. No fomentes la autocompasión ni la sensación de ser víctima. Balancea tu tiempo para cumplir con las exigencias de tu nuevo estado, pero también para disponer de ratos para ti. No te creas Rambo ni la Mujer Maravilla y cuídate. Te liberaste de lo malo de la relación, sí, pero a la vez perdiste lo bueno. Reconoce y admite lo que te hace falta y no corras a buscar en otros brazos la solución temporal y quizás equivocada a tus necesidades afectivas. Ten presente que en “tiempo de tempestad cualquier puerto es buen amigo”, y asume tu vulnerabilidad.
Recuerda lo bueno de la relación y no sólo lo malo. Revisa qué pudo haber fallado. ¿Fuiste muy tolerante al maltrato? O a la inversa, comoRecuerda y añora cuando sientas esa necesidad: cada vez te irá doliendo menos recordar, hasta que puedas hablar del pasado ya sin dolor
nadie te puso límites, ¿abusaste de la paciencia y de la bondad del otro? ¿Por qué elegiste a alguien que desde antes mostró esos rasgos que ocasionan sufrimiento? Descubre los errores para repararlos, así como lo bueno en ti, y date una oportunidad para, con todos los recursos y tu capacidad de amar, construir en el futuro algo mejor, más sano.
Si no puedes sola, busca ayuda profesional para realizar este recorrido indispensable para poder volver a vivir. ¿Cómo saber cuándo debes acudir al psicólogo? Si el dolor parece no ceder, si la autoestima golpeada no se recupera, si comienzas a sentirte no triste sino deprimida, si la rabia y la urgencia de vengarte ocupa tu mente y tu corazón, si te sorprendes reaccionando con violencia ante los hijos o exigiéndoles tomar partido a tu favor, si no te es fácil controlar tu deseo de desvalorizar la imagen del otro padre, si te enfermas físicamente con mucha frecuencia, si no sientes deseos de vivir porque al no haber construido antes un mundo propio, rico y personal, interpretas que al perder la pareja perdiste tu vida y ya todo carece de sentido… no vaciles en pedir ayuda oportuna.
Escrito por: Isa Fonnegra de Jaramillo
Psicóloga Clínica
Autora de “De Cara a la Muerte”, “Morir Bien” y “El Duelo en los Niños”
Bogotá, D.C. – Colombia