No hay duda. Un secreto, una mentira, o un engaño tienen un efecto nocivo en la pareja, en las amistades, en la familia y también en la sociedad. Un secreto es motivo de separación, se convierte en una barrera, en una forma de vida paralela, es un dique que divide y rompe la unión. Sea porque lo creamos sin medir las consecuencias, o porque estamos inmersos intencionalmente en un secreto, su existencia generalmente frena el desarrollo y la convivencia entre las personas.
Es cierto, a veces un secreto es motivo de unión. El secreto es quizá el pegamento más fuerte entre un casado y su amante. El buscarse a escondidas genera una cierta sensación física que hace atractiva la clandestinidad. La infidelidad, como secreto compartido, puede unir a dos amigas pues genera cierta complicidad. Y ésta, a su vez, une a los portadores de la confidencia.
Aunque los secretos no siempre son nocivos, hay que preguntarse: ¿cuándo resultan más perjudiciales? En general, los secretos dentro de una familia suelen ser destructivos. A veces unen pero en detrimento de relaciones íntimas con las familias políticas. Pueden frenar el crecimiento y la madurez de algunos. Evitan la intimidad. Destruyen la confianza.
Triángulos de exclusión
Dentro de la familia inevitablemente se generan secretos. Quizá la forma más dañina es la que los padres creamos para excluir a un tercero. “No le digas nada a papá porque se va a enojar”. “No se lo digas a tu esposa porque no es de la familia”. Lo que en efecto se crea es una complicidad de dos en detrimento de un tercero. Y en muchos casos, se crea culpabilidad, vergüenza y desconfianza. No siempre es positivo hablar con toda la verdad, cierto, pero debemos estar conscientes que los secretos acarrean costos a más de dos personas.
Escrito por: Revista SuperMujer