En la doctrina católica, el sacramento de la Penitencia o hacer la confesión es el método de la Iglesia por la cual los hombres y mujeres individuales pueden confesar los pecados cometidos después del bautismo y que son absueltos por un sacerdote. Este sacramento es conocido por muchos nombres, incluyendo la penitencia, la reconciliación y la confesión (Catecismo de la Iglesia Católica, Secciones 1423-1442). Mientras que las publicaciones oficiales de la Iglesia siempre se refieren al sacramento como "penitencia", "reconciliación" o "La penitencia y la reconciliación", muchos laicos siguen utilizando el término "confesión", en referencia al sacramento. Si nos preguntamos cómo hacer la confesión, es porque buscamos el perdón para buscar vivir en armonía con el Creador y su Obra.
Cómo hacer la confesión
La Iglesia Católica enseña cómo hacer la confesión sacramental. Y para ello se requiere de tres "actos" por parte del penitente: 1. Contrición (dolor del alma por los pecados cometidos); 2. El decir o externar los pecados (la 'confesión'); 3. Satisfacción (la «penitencia», es decir, hacer algo para reparar los pecados). La forma básica de cómo hacer la confesión no ha cambiado durante siglos, aunque hubo una época donde se hacían confesiones en público.
El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1450) enseña que al hacer la confesión se "mueve al pecador a sufrir todo voluntariamente;
en su corazón, contrición;
en la boca, confesión;
en la obra, toda humildad y fructífera satisfacción”.
Para hacer la confesión, la persona comienza con un buen examen de conciencia. Debemos sostener nuestra vida al modelo de vida que Dios ha revelado para que vivamos. Por ejemplo, tomamos tiempo para reflexionar sobre los 10 Mandamientos, las Bienaventuranzas, los preceptos de la Iglesia, y las virtudes de la prudencia, fortaleza, templanza y justicia.
El examen de nuestra conciencia es como dar un paso atrás y mirar nuestra vida en comparación con la obra maestra de la vida revelada por Dios. Hacer la confesión, implica primero el acto de contrición o el de reconocer el dolor del alma; ¿Por qué estamos descontentos?, ¿qué daños hicimos?, ¿cómo hacer para sentirnos mejor?, ¿qué debimos haber hecho y qué podríamos hacer para reparar los daños a Dios, a nuestros semejantes o a nosotros mismos?.
Recordemos que hacer la confesión es un acto de reconciliación, de perdón. Pero para llegar a este punto es necesario revisar a contra luz lo que han sido nuestros actos y descubrir qué hay en nuestros acciones, intenciones y pensamientos que no está de acuerdo con las conductas de una vida virtuosa y en armonía con Dios y el mundo. Ser honestos con nosotros mismos es un principio fundamental para crecer a imagen y semejanza del Creador. Un examen de conciencia crea conciencia. ¿Soy una persona rencorosa? ¿He hecho daño por mis acciones? ¿Dios misericordioso actuaría como yo lo he hecho?.
Al hacer la confesión católica y examinar la conciencia se reflexiona sobre los progresos que hemos hecho desde nuestra última confesión en cuanto a las debilidades, faltas, tentaciones y pecados pasados. Lo deseable es que observe mejoras en el bienestar espiritual. Sin embargo, cuando hemos salido de las enseñanzas de Dios es que hemos pecado y debemos verbalizar nuestras faltas, reconocerlas en voz alta ante un sacerdote.
Confesarse es la segunda parte de la Penitencia. Vamos ante un padre y le decimos ¨Bendígame Padre, porque he pecado. Ha sido [periodo de tiempo] desde mi última confesión¨. El o la penitente entonces debe confesar los pecados graves y mortales que ha cometido, tanto en tipo y número, con el fin de reconciliarse con Dios y la Iglesia. El pecador también puede confesar los pecados veniales; esto es especialmente recomendable si el penitente no tiene pecados mortales que confesar ."Sin ser estrictamente necesaria, la confesión de las faltas veniales cotidianas está recomendada por la Iglesia Católica. La confesión habitual de los pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo, a progresar en la vida del Espíritu" (Catequismo de la Iglesia Católica, n. 1458).
Finalmente viene la satsifacción de cómo hacer la confesión, y aquí es donde el sacerdote dicta qué hacer en nombre y con la autoridad de Cristo, y por tanto, es el mismo Jesucristo -representado por el sacerdote- quien perdona los pecados en un juicio cuya sentencia es siempre de perdón, si el penitente está bien dispuesto. Sirviéndose del ministro como instrumento, es el propio Jesucristo quien absuelve. Pero debe aclararse que no se trata de un pago o una multa o un castigo, se trata de una reparación de daños. Es un compromiso genuino de que se llevará una vida digna y donde se luchará para sanar las heridas del alma llevando un camino de amor con y para Dios al finalizar de hacer la confesión.