Escrito por: Sandra Lorenzano U
El hombre tacha lo escrito.
En el segundo intento aparece una mujer muy joven, Liliana, que desayuna con Ricardo. Té con limón y tostadas con mermelada de grosella. Sólo la vemos a ella. Él, Ricardo, siempre recordará esa mañana, la última –nos dice el hombre que escribe–; el camisón floreado de ella, su sonrisa.
Vuelve a tachar.
El tercer intento se aleja del tono nostálgico de los anteriores. Una mujer está siendo violada. Escuchamos sus gritos, su llanto. Tiene los ojos vendados (¿cuál es el secreto que guardan?).
El hombre ahora no tacha, sino que arranca suavemente la hoja y escribe en un papelito suelto: TEMO.
Hablo de los primeros tres minutos de El secreto de sus ojos, del director argentino Juan José Campanella, que recibiera el Oscar a la mejor película extranjera.
¿Cómo se narra el horror?, se pregunta el hombre que intenta escribir. ¿Cómo se narra el horror?, se preguntó el propio director. ¿Puede narrarse a través de una historia de amor? ¿A través de la melancolía de la memoria? ¿A través de la violencia?
Campanella, de quien seguramente muchos recordamos Luna de Avellaneda o El hijo de la novia, busca siempre las historias pequeñas, las de la gente común, para tratar de entender desde ahí la Historia con mayúsculas. SusVale preguntarnos ¿qué miramos cuando miramos? ¿Qué preferimos no ver? ¿Cuál es el secreto de nuestros propios ojos?
películas resultan entrañables, cercanas. Todos juntos hacemos fuerza para que el club de barrio no se transforme en parte de un negocio turbio, o para que esa mujer que ha perdido la memoria logre su sueño de casarse de blanco… Pero en El secreto… -basada en la novela La pregunta de sus ojos, de Eduardo Sacheri, coguionista de la película- hay algo más. Algo oscuro, incómodo: la violencia; la individual y la del Estado. El escritor, Benjamín Espósito (interpretado por Ricardo Darín), jubilado del poder judicial, intenta reconstruir uno de los casos que tuvo que investigar cuando, veinticinco años antes, trabajaba en los tribunales: la brutal violación y asesinato de Liliana, la chica que come mermelada de grosellas. A partir de ahí, la trama de corrupción y complicidades entre el aparato de justicia y los matones con poder en el gobierno de turno va haciéndose cada vez más densa. Una televisión muestra a Isabel Perón y detrás de ella a uno de los tantos personajes nefastos que acompañaron su mandato y que dieron pie al inicio de la represión más brutal que ha vivido aquel país. Es la época de la siniestra Alianza Anticomunista Argentina, creada por el consejero y Ministro de Bienestar Social (!!) de Isabelita, José López Rega “El brujo”, responsable de cientos de asesinatos ocurridos entre 1973 y 1975; la tristemente célebre “Triple A” que preparó el camino para el gobierno militar y su política de represión y aniquilamiento.
Me han sorprendido algunas notas sobre la película que no hacen mención de este contexto. Hablan de un thriller, de una muerte que está siendo investigada, de una historia de amor pospuesto, y no mucho más. Es increíble lo fácil que a veces se acomoda nuestra memoria para no causarnos conflictos. ¡Con lo clara que resulta la relación entre el asesino de una joven por razones “pasionales” y los cuerpos de “seguridad” del Estado! Frente a esto, vale preguntarnos ¿qué miramos cuando miramos? ¿Qué preferimos no ver? ¿Cuál es el secreto de nuestros propios ojos?
Alguien me comentaba que el film le recordaba El huevo de la serpiente de Bergman. Y sin duda hay algo de eso. De comienzo del terror. De ese terror que dejó como resultado 30 mil desaparecidos, y un grupo de Madres que con pañuelo blanco sigue dando vueltas cada jueves en la Plaza de Mayo.
Una pluma negra. Un cuaderno en espiral. Un hombre escribe para defender su derecho a convertir la palabra TEMO en un TE AMO que pueda fundar otra historia sin cancelar el recuerdo del horror.
Escrito por: Sandra Lorenzano.
Escritora.
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