Cómo hacer que los niños entiendan el fallecimiento de un ser querido
Un mosquito muerto, unas flores ya secas en la mata o en el florero, un pajarito que choca contra un vidrio, son todas ocasiones propicias para explicar a un niño el concepto de muerte. Es aconsejable hablarle a un pequeño cuando aún la muerte no lo ha tocado emocionalmente; antes de que alguien cercano se enferme gravemente o tenga un accidente.
Aprovechemos esas oportunidades para explicarle que ese zancudo ya no vive, no siente frío ni calor, no tiene hambre ni sed, no puede moverse porque está muerto y no puede revivir porque “lo que está muerto, está muerto”, que todos los seres vivos cumplen un ciclo vital, nacen, crecen y mueren después. Que la muerte es triste, final, irreversible, pero así mismo natural.
Emplear términos claros y sencillos, preguntarle tras la explicación si la entendió bien, responderle atentamente cualquier inquietud que pueda surgirle, y sobre todo estar dispuestos a repetirla cuantas veces él lo necesite, siempre en forma cuidadosa y honesta, son los principios que subyacen a una buena educación para la muerte, que viene a ser educación para la vida.
Cuando se muere un ser amado
Si en una familia fallece el padre, la madre, uno de los abuelos cercanos o un hermano(a), las siguientes pautas te ayudarán a manejar la situación del niño(a) en la forma más saludable.
Infórmale en lenguaje claro y comprensible lo que pasó, no una sino varias veces, hasta que él pueda asimilar los hechos. Emplea la palabra “muerte” y no la asocies con el sueño, una enfermedad (sin especificar que es grave), un viaje o designios de Dios que involucren premio o castigo.
Ayúdalo a comprender la muerte y el duelo; que las pérdidas son partes tristes e inevitables de la vida, que los sentimientos de tristeza, rabia y desprotección son temporales, y cuáles son las reacciones esperadas cuando alguien se muere. Explícale que las lágrimas son una manifestación normal en momentos de dolor y que en épocas de duelo los adultos suelen ponerse irritables, confundidos y muy cansados.
Escúchalo, escúchalo. Óyelo con los ojos, los oídos y el corazón. Pregúntale varias veces: Qué pasó, quién te contó, dime más, cómo te sientes, qué fue lo que viste, etc., sin corregir ni juzgar sus respuestas.
Ponle mucha atención. Dedícale un tiempo en medio del caos, haz que se sienta importante. Tu presencia es el regalo másEmplear términos claros y sencillos, preguntarle tras la explicación si la entendió bien
valioso para él. No te le “pierdas”. Dile que lo quieres, que no estará solo, que lo cuidarás, que cuente contigo.
Fomenta el juego, pues a través de esa actividad es como el niño afronta y elabora situaciones difíciles. Facilítale tierra, plastilina, colores, arena, una almohada para golpear si está muy bravo, o un “punching ball” para sacar sus emociones.
Protege la privacidad cuanto más puedas y defiende ciertas rutinas como acompañarlo a dormir, comer juntos, etc. Que el desorden o las visitas no le alteren totalmente su orden y sus hábitos. Así mismo, respétale su privacidad y si él lo quiere así, déjalo a ratos solo.
Facilita la expresión de sentimientos, ayudándole a ponerle nombre a lo que siente. Muéstrale que sentir rabia, miedo, tristeza, no es ni malo ni bueno, es natural, y que compartirlo con alguien nos hace sentir menos solos y menos asustados.
El contacto físico ayuda mucho. Abrázalo, acércate, tócalo pero siempre respetando los límites que le hagan sentir cómodo con las caricias.
Los rituales para conmemorar son muy útiles: sembrar un árbol, rezar, ratos para recordar, escribir una carta a quien murió, hacer un álbum de recuerdos, encender una velita.
Cuando el niño vive un duelo
Quizás el factor más importante en cómo reaccione un niño a la muerte de un ser querido, es la reacción que él percibe en aquellos adultos que influyen en su vida. Los gestos, las actitudes y la conducta de padres, familiares o amigos le mostrarán un patrón de lo que es aceptable en esos momentos.
Con la muerte se altera la confianza del niño en un mundo predecible y seguro y surgen temores, culpas y emociones que él desconocía y que lo pueden asustar.
Aunque algunos niños parecen no estar afectados por lo que pasó y no preguntan nada, ello no quiere decir que podamos calificarlos de “muy maduros”. No los desatiendas, observa su conducta y busca oportunidades para acercarte, hablarles de lo que ocurrió y preguntarles si acaso sienten que su familia espera de ellos el que sean tan juiciosos para quererlos y aceptarlos.
El duelo de un niño difiere del de un adulto. Para comenzar, los niños no resisten períodos prolongados de tristeza, y su duelo parece intermitente: se acercan y se alejan del dolor, entran y vuelven a salir de ese ambiente familiar sombrío por la pena. Pueden llorar un rato y reír o jugar como si nada minutos después o viceversa y no suelen hablar espontáneamente de su dolor.
Un niño en duelo puedeDile que lo quieres, que no estará solo, que lo cuidarás, que cuente contigo
mostrar cansancio físico, dificultades para concentrarse, ansiedad, propensión a enfermarse con gripas, dolores de cabeza, de estómago, etc., estar perezoso, abatido, bravo, grosero o “volverse bebé”, asumiendo conductas regresivas como “pegarse” al padre sobreviviente, querer dormir con los papás, mojarse en la cama o hablar a media lengua. Comprender que esas conductas son expresiones temporales del cataclismo emocional que afecta al niño es fundamental para validar su duelo.
En la escuela, los maestros deben siempre estar informados de las pérdidas significativas en la vida del alumno y comprender que cierto grado de dificultades en el desempeño académico es esperado. Cabe anotar, sin embargo, que todas estas “señales” naturales en el duelo de los niños se vuelven preocupantes cuando su intensidad, su duración o el grado en que están afectando la vida del niño exceden lo esperado. En tales casos se hace imperativo consultar a tiempo con un profesional.
En momentos de intenso dolor familiar, los niños son prioritarios en la atención de los adultos. Con amor, empatía y comprensión pueden aprender a vivir un duelo y con ayuda y paciencia a hacer de un tiempo de crisis, un aprendizaje valioso desde el punto de vista emocional y una experiencia que fortalecerá sus vínculos de amor con los otros familiares.
Escrito por: Isa Fonnegra de Jaramillo
Psicóloga Clínica
Autora de “De Cara a la Muerte”, “Morir Bien” y “El Duelo en los Niños”
Bogotá, D.C. – Colombia
Foto: lack_90