Quizás una de las experiencias más dolorosas para una madre o un padre es perder a su hijo. A la edad que sea, por la razón que sea, el dolor es el mismo. Y no se va, sino que se vuelve parte de nosotros y así sigue la vida, hacia adelante, querámoslo o no. Podemos seguir reprochándole nuestro dolor, o podemos reconciliarnos con ella para seguir viviendo.
¿Cómo lograrlo?
Vive tu proceso de duelo. El duelo es una expresión de tus pensamientos y sentimientos más profundos, y es esencial para sanar. Comienzas un viaje que te aterra, que te duele y te agobia. No entiendes, no sabes por dónde empezar. Pero es algo por lo que tienes que pasar. Admitir tu dolor y darte la oportunidad de sentirlo completamente es el primer paso para superarlo.
No hagas comparaciones. Tu tristeza y tu dolor son únicos. Nadie, ni siquiera tu pareja o tus parientes vivirán y sentirán lo mismo que tú. Cada duelo es diferente. No tienes por qué sentirte mal si otros lo superan más rápido. NUNCA permitas que nadie te diga cómo o en qué momento debes dejar de sentir dolor.
Detén el tiempo si quieres. Una experiencia de este tipo da la sensación de que el mundo se ha estancado, y que caminas sin dirección. Que tal vez es un sueño y pronto despertarás de él. Aunque no sea así, es tan válido que te tomes el tiempo que necesites para salir de tu duelo. Deja que tus emociones y tu mente entren en contacto, a su paso. No lo apresures.
Sé tolerante con tus límites físicos y emocionales. Si sientes que tu cuerpo, tu mente o tu espíritu están cansados, déjalos, no los presiones. Respeta lo que te piden. Cuídate, descansa y tómate tu tiempo para recuperarte. Esto no significa que te dejes caer, si no que estás tratando de mantenerte a flote de la mejor manera.
Habla con otros. No tiene nada de malo expresar tu dolor. Compartirlo te permite sanar. No significa que seas débil o que estés perdiendo los estribos. Es una parte fundamental del camino. No permitas que nadie te quite la oportunidad de sentir tristeza con comentarios como “tienes que ser fuerte”, o “piensa en las cosas buenas”.
Atesora recuerdos. No trates de ignorar esos lindos momentos que pasaste con tu hijo. Al contrario, compártelos. Son lo que te mantendrá conectada con él por siempre, y cuando quieras podrás abrir el baúl y sentirlo cerca de nuevo.
Busca la paz espiritual. Si la fe es algo muy importante en tu vida, exprésala. Rodéate de personas con las que puedas compartir tus creencias y esperanzas, que no te critique y con quien puedas hablarlo.
Fuente: Buddhanet