Que tu mano derecha no sepa lo que hace tu izquierda, dicen las abuelitas. Un consejo viejo y aparentemente sabio. Pero, ¿qué hacer cuando los matrimonios se están quebrando precisamente por una mala comunicación? ¿Debemos decirnos todo como pareja? ¿Debemos hacer caso a nuestra abuela o hacemos caso al diagnóstico de los especialistas que afirman que es necesario tener una mejor comunicación para no fracasar?
Desde muy pequeñas estamos educadas para no expresar lo que sentimos. Bastaba con decirle a una tía, “pero qué feo vestido traes” para recibir al instante una reprimenda por parte de mamá. Ahora sabemos que es mejor guardarnos nuestras opiniones sobre aquello que no nos afecta directamente. Se trata de respetar lo que otros deciden hacer para su beneficio… o perjuicio, como en el caso de aquella tía. Pero además, es bueno recordar que la civilidad y la sana convivencia cobran fuerza en el silencio.
Todos tenemos nuestro jardín secreto. ¿Hasta dónde preservarlo? Una regla sería no callar aquello que pueda afectar a nuestra pareja. Si sé que estoy enferma, aunque parece mi problema, se trata de una cuestión vital para la pareja. Si fuera al revés, ¿me gustaría que me lo callaran? Esta es la regla de oro para saber hasta dónde develar nuestra intimidad. Lo importante es hablar con nuestra pareja sobre la apertura a la que estamos dispuestas.
Reciprocidad
No es fácil decidir hasta dónde y hasta qué. Muchas veces callamos lo que acontece en la familia donde nacimos, perjudicando así a la familia que creamos. Otras veces no queremos herir, pues se trata quizá de una relación amorosa que tuvimos antes de conocer a nuestra actual pareja. Tampoco es sencillo hablar sobre cuestiones financieras. El mundo de Internet es otro campo de medias verdades. Lo importante es aclarar que se trata de tener reciprocidad. De ser abiertos por igual y de ponerse en los zapatos del otro.