Algunas personas creen que los seres humanos somos egoístas por naturaleza. De acuerdo con esta teoría, todo lo que hacemos está motivado, en la raíz, por el egoísmo. Incluso los actos que la sociedad ha etiquetado como “desinteresados”.
Es necesario distinguir las dos maneras de entender este concepto. Coloquialmente, “ser egoísta” tiene una connotación negativa, ya que significa ignorar las necesidades de los demás para satisfacer las propias.
Pero desde el punto de vista de la psicología, el egoísmo significa que, como especie, somos seres centrados en nosotros mismos. Por ello, es humanamente imposible ignorar la voz del Yo. Percibimos el mundo con nuestros sentidos. No importa cuánto tratemos, no podemos ponernos en los zapatos del otro físicamente. Incluso cuando compartimos pensamientos o ideas, aún estamos viendo el mundo con nuestros propios ojos, y filtramos la realidad con nuestras emociones.
Si somos honestos, tenemos que admitir que incluso las cosas buenas que hacemos por otros pueden vincularse con una profunda motivación egoísta. Ayudamos a la gente que tiene un problema porque la vista del sufrimiento nos incomoda física y psicológicamente, o simplemente porque preferimos ver a la gente feliz y sonriente. Hacemos actos de caridad porque nos hace sentir bien con nosotros mismos y porque queremos compensar por algo que hicimos en el pasado. Es una forma más refinada de egoísmo, y toma bastante sutileza reconocerlo, pero al final es lo que es.
En este concepto, el egoísmo no es un concepto negativo. De hecho, se acerca más al desinterés o al altruismo de lo que nos imaginamos. Es cuestión de cómo elijamos utilizarlo. Todos tenemos mucho que dar y un tremendo potencial para el bien. Todo lo que tenemos que hacer es enfocarnos en el lado positivo del Yo y encontrar lo que nos hace crecer a nosotros a los que nos rodean. Si practicamos el alegrarnos por hacer el bien, nuestro egoísmo se transforma en altruismo.
Escrito por: Mariana Wilson
