Veo en el noticiero desplomarse un edificio; en su caída recuerdos; momentos, historias se caen en manos de la implosión, y en segundos todo es reducido a polvo que levanta polvo, humo de nada que enrojece los ojos. Todo es migajas de material, mugre y cemento.
Pienso – entonces – en los derrumbes cotidianos; en los miles y tantos momentos en que se caen las cosas del estado natural en el que habitaban. Se caen casas, vidas, relaciones, esperanzas, juegos, mentiras, intrigas, felicidades, familias, amigos, trabajos, parejas.
Y me pregunto - ¿Cómo podemos construir destruyendo? ¿Qué construimos desde esa mirada?
Resulta muy paradójico escuchar y observar que la gente habla con la gente acerca de la “construcción”, “construir”, “de generar cambios positivos”, pero a la primera posibilidad de imponer sus ideas, la lengua sagaz enuncia la batalla del ego.
¿Cuántas veces has hablado desde el miedo, la impotencia, el enojo, o los celos? ¿Qué has aportado al vínculo sino más que trampas mentales?
Cada vez que “reaccionamos” frente a nuestro prójimo con el que convivimos en la misma estación de vida, lo que hacemos es dar un golpe a la estructura de la relación; sé que dicen que lo que no mata, fortalece; pero ¿será beneficiosa para nuestra salud una fortaleza hecha a caldo de moretones?
¿Cuál será la necesidad que corroer en nuestro cuerpo, la de gritar que tenemos la razón de esto o de aquello? ¿En qué satisface a nuestro presente y al del otro? ¿Para qué nos sirve tener la razón si con ello nos quedamos solos?
Tal vez sean demasiadas preguntas, con respuestas a buscar en tu interior más profundo y recóndito.
Quizás nunca hayas reparado en qué un portazo, un grito, son como la demoledora que hace temblar tus relaciones; y luego ignoras por qué las cosas no salen como esperabas.
Antes de hablar, detente a pensar: lo que vas a decir ¿aporta? Y si tu corazón te dice que “NO” entonces no lo pronuncies, aprende a que salga de tu boca amor, energía que fluye.
Escrito por: Chuchi González