Si los padres de caperucita roja hubieran ido con ella a la casa de la abuelita, el lobo feroz no habría podido asustarla. La madre seguramente ocupada en muchos quehaceres envía a la niña a procurar a su abuela.
Este fragmento inicial del conflicto de caperucita es el que a menudo se plantean las madres que trabajan fuera de la casa. Trabajar fuera y dentro del hogar es una elección; sustentada por necesidades o placer; pero sea como sea es una elección.
Sin embargo, muchas mamás sienten que no desarrollan al cien por ciento su rol arquetípico de madre; sino se siente a menudo como la progenitora de caperucita que sin reparos envía a su niña –metafóricamente hablando – a la boca del lobo.
¿Qué clase de madre dejaría sola a un niña atravesar el bosque? ¿Qué clase de madre dejaría sola/o a un/a niña/o durante más de diez horas al cuidado de un tercero?
Las madres que trabajan por lo general se llenan de ansiedad, impaciencia, frustración y culpa; al regresar de sus trabajos estresadas por preocupaciones laborales y personales se sientan junto a sus chiquitos pero sus mentes navegan por otras aguas; a veces se muestran irritables, o intentan sustituir su ausencia con regalos o permisos que en otros contextos no permitirían.
La fatal culpa nos deja en el mismo lugar de los hechos. Anclados en la queja perenne. Y con los mismos resultados.
Si cerramos los ojos y pensamos en las madres, como un concepto universal, nos imaginaremos una señora cariñosa, de sonrisa tierna, y manos suaves, que prepara platillos deliciosos, con mejillas rosadas y voz amena que narra cuentos.
Pero ¿cómo es en su intimidad esa matrona? ¿Será feliz ocupándose de la casa, los hijos, el esposo y olvidándose de sus hobbies? Tal vez como hijos sólo nos importa la primera parte; pero al crecer esa señora soñada no tendrá a quién prepararle deliciosos pasteles, ni planchar uniformes de escuela; y poco a poco su sonrisa se irá desdibujando. Pero nosotros estaremos ocupados atendiendo nuestros asuntos personales.
Sea como sea parece que en las relaciones siempre hay alguien que pierde. O los hijos “sin madres” por ellas laboran todo el día, o las madres “sin vida propia” porque le dedican toda su vida productiva a la crianza.
Pero necesitamos poner un stop en el acelerado pensamiento; y mirar a todos lados. Darnos cuenta que la vida ha cambiado. Que los seres humanos somos un todo, y no un rol social o familiar y aprender a combinar, con sapiencia, todos.
Cuando elegimos siempre discriminamos, es decir seleccionamos, preferimos, hacemos importante una cosa sobre otras. Y en la vida aunque a veces creamos que no, siempre estamos eligiendo.
Muchas mamás que trabajan porque han deseado desarrollarse profesionalmente o porque el dinero no alcanza si sólo trabaja el hombre de la casa, o porque están solas con sus hijos; hacen esta elección basadas en el intricado problema del “tengo que”.
El “tengo que” es un poderoso discurso que nos desarma, abate, y agobia. Si repasamos todos los “tengo que” de nuestras vidas, observaremos que todos ellos nos generan displacer. Pues lo relacionamos a las cosas que sentimos debemos hacer por “Obligación” “Imposición”, como estar en un callejón sin salida.
Pero nada está más lejos de la realidad. Siempre elegimos. Y si hacemos eso que no nos “trae tanta abundancia emocional” es porque otra cosa en su lugar traería menos.
Si cada elección discrimina, no juguemos a la compensación negativa. No salgamos a trabajar con la pesadez “pero sufro porque no estoy con mis hijos” porque cada elección genera un costo, y si lo elegimos tenemos que pagarlo; de todos modos lo pagaremos, sería mejor gozar de eso.
Si elegiste salir a trabajar porque quieres darles mejor calidad de vida a tus niños, y el precio que pagas es no verlos como quisieras, que ellos estén muchas horas sin ti; juega a enaltecer tu elección. En lugar de quejarse, sufrir y estar de malas; piensa que el tiempo que no le dedicas a sus personas, lo aplicas en generar recursos para una futura vida con comodidades y gustos que sin tu sacrificio no tendrían.
Por otro lado, lejos de sentir culpa “por abandonarlos”, reconoce que ese papel de victimaria/víctima no te hace lucir lo mejor de ti; recuerda que ellos verán en su madre un modelo de mujer valiente, y arriesgada que los estimulará en sus vidas como adultos.
Recuerda que los padres enseñan a los niños a través de sus actos y no de sus palabras. Se congruente con lo que eliges; y le estarás legando a tus hijos un futuro lleno de posibilidades.
Escrito por: Chuchi González