El otro día me tocó acompañar a mi mamá a su tratamiento en el Hospital de Oncología. Ahí se vive tanto dolor. Uno está sentado un rato y se arman historias alrededor, en su mayoría de mucho dolor. De anuncio de enfermedades, de cambio de tratamiento, de entrega de resultados, y de la muerte misma.
No es un lugar en donde se respire tranquilidad, mucho menos felicidad. Y en donde si uno va únicamente a tratamiento no tiene ni las ganas ni el deseo de reír. Al menos a mi me enseñaron que uno no puede reír mientras los demás lloran.
El otro día se suscitó algo que me movió el tapete, y me enseño una vez más el grado de deshumanización al que hemos llegado. Estaba esperando noticias de mi mamá en la sala de espera. Cuando al lado mío, les avisaba el doctor a dos muchachas que su mamá había fallecido. Por supuesto ellas estaban tristes, llorando. Llegaron sus demás familiares, y el cuadro era sobrecogedor.
Poco tiempo después aun viendo esta escena y sintiendo el dolor de la gente, pasaron dos muchachas riendo a todo pulmón, bromeándose una a la otra, platicando en voz alta sin parar de reír. Hubo un momento en que me era imposible contemplar las dos escenas. Una de tanta tristeza al perder a un ser querido y la otra de tanta indolencia.
No pretendo ni educar ,ni mucho menos que la gente llore por que otra llora. Simplemente de alguna manera hacernos solidarios con el dolor, y si esto no es posible de menos respetar. Respetar el sufrimiento de los demás. Por que algun día podemos ser los que estemos llorando.
Por Claudia Patricia López