Escrito por: Isa Fonnegra de Jaramillo
La mayoría de las personas viven más que sus padres y, por tanto, deben enfrentar su muerte. Así, la muerte de una mamá ya vieja es una experiencia que se vive en la edad madura. No deja de ser curioso que, a pesar de ser la más común de las muertes familiares, sea poco reconocida como una pena importante y prácticamente no exista literatura al respecto.
¿Por qué?
Una de las razones que explica la poca dimensión social que tiene la muerte de una mamá ya mayor, es la desvalorización de la vejez en nuestra sociedad.
Con frecuencia la persona anciana es vista como senil, improductiva, achacosa y marginada del mundo activo. “¿Cuántos años tenía?” Suelen preguntarle los amigos al doliente. “Setenta” u “Ochenta”, responde. “Mi Dios se acordó de ella”, “Descansó, la pobre”, “Ya había terminado su tarea en este mundo”, “Ah, bueno, ya era hora, ya le tocaba”, son algunas de los más comunes “consuelos” que dejan traslucir la percepción de la muy poca necesidad de apoyo y compañía de ese hijo (a) y la consiguiente reacción de sorpresa o de censura ante cualquier reacción de duelo y de tristeza que dure más de unos pocos días.
Ahora bien, es innegable que el duelo por la mamá ya vieja no suele tener la intensidad emocional que es propia de otras muertes y de otros duelos como el de la pareja o el de un hijo. Pero ello tampoco equivale a afirmar que esta pena debe tener, por lo esperada y por lo natural, un impacto insignificante o muy fugaz en los hijos.
La muerte de la madre anciana: un duelo ignorado
A nadie se le exime de tareas o responsabilidades a los 50 o 60 años porque “murió su madre”, y mucho menos se comprenden los efectos emocionales naturales que este evento tiene en el adulto. Más aún, son muy frecuentes los casos en que el hijo o la hija ocultan su duelo, incluso ante la pareja o los hijos y lo llevan a cabo casi a escondidas por el temor a que un juicio descalificante lo clasifiqueConstruir nuevos y creativos proyectos vitales con la energía, el amor y el tiempo disponible luego de su muerte, es una alternativa triste pero realista y sana como “infantil”, “inmaduro” o “desproporcionado”.
El vacío
Lo cierto es que con la muerte de la madre se pierde mucho, a cualquier edad. Las conexiones afectivas con el pasado, las respuestas a las preguntas sobre nuestra infancia, la figura protectora que acompaña y acoge, la casa, que aún estando casados y siendo padres seguimos considerando “nuestra casa”, adonde siempre se puede llegar sin anunciarse, el punto de referencia y la explicación para muchos apartes de la vida, la que siempre mantuvo un incondicional interés en todo lo nuestro…
Ese vacío que sigue a la ausencia y la consiguiente sensación de orfandad estarán presentes en adelante. Habremos de encontrar recursos y estrategias para reacomodarnos, para aprender a vivir sin ella y a asumir nuestra innegable soledad psicológica. Salir adelante con la riqueza inagotable de los recuerdos y con una relación que no se extingue sino que cambia, es elaborar el duelo.
¿Qué nos ayuda?
Dado que las reacciones de duelo tras la muerte de una mamá varían en intensidad y en duración, es importante identificar y aceptar la propia, la personal, que dependerá de la modalidad de la relación que sostuvimos con esa mamá, de su personalidad, de la causa de la muerte y de la dignidad y el respeto que la rodearon, de su último año de vida y del evento en sí de su muerte.
Nos ayuda aceptar sin vergüenza la tristeza, el sentimiento, la sensación de desamparo y soledad, la culpa por lo que hicimos mal o dejamos de hacer, la enorme falta que nos hace… Los recuerdos y evocaciones que nos invaden nos reconfortan.
Construir nuevos y creativos proyectos vitales con la energía, el amor y el tiempo disponible luego de su muerte, representa una alternativa triste pero realista y sana, para seguir viviendo, ya no como hijos, sino como adultos solos o como padres.
Escrito por: Isa Fonnegra de Jaramillo
Psicóloga Clínica
Autora de “De Cara a la Muerte”, “Morir Bien” y “El Duelo en los Niños”
Bogotá, D.C. – Colombia