Escrito por: Rebeca Harfuch
Pocas veces como hoy la mañana empieza con noticias nada agradables, y desconcertantes.
Generalmente todos los días de lunes a viernes en punto de la 7 de la mañana le marco a mi mamá para saber cómo pasó la noche, pero hoy, el teléfono llamó varias veces sin ser contestado, hice como seis llamadas más y no hubo respuesta, así que llame a mi hermana que vive a unas cuadras para que fuera a ver que pasaba. Me corrieron por la mente muchas cosas, pero tenía que esperar, a Dios gracias, como mi madre se encierra en su recamara, no oyó el timbre del teléfono y el que tiene al lado de la cama se descompuso, fin y tranquilidad de esa historia.
Al llegar a la oficina me dijo mi hermano con palabras directas y manejando los acontecimientos del domingo, los problemas familiares, nada agradables y que habían terminado recluyendo al mayor de sus tres hijos varones en una clínica de psiquiatría, sus ojos reflejaban una tristeza inmensa y una enorme desolación.
Mas tarde, mi hija casada con dos niños me relataba como un gato que merodea por sus jardines se metió quien sabe por dónde y se había instalado en la recámara del niño, ante tal suceso la perra guardiana había alborotado la madrugada, y los padres preocupados se dieron cuenta y sacaron al niño y cerraron la recamara. El gato acorralado por la guardiana se refugio bajo la cama, no es nada mas porque sí, pero a mi los gatos no me gustan, la niña ante tal escándalo no dejaba de llorar, la guardiana ladraba y se enfurecía cada vez mas, finalmente a la mañana siguiente abrieron las ventanas y el gato no invitado salió, no sin antes haber dejado huella de su estancia esa madrugada.
Esta por demás que la segunda noticia me cayó como balde de agua helada, un sentimiento de tristeza se apoderó de mí y no dejé de llorar durante todo el día. Sé que si a mí me dolía, sus padres estaban peor que yo. Porque los dolores que nos dan los hijos son inmensos como el mar y las alegrías que nos dan son el refugio para que esos dolores desaparezcan.
Cada sonrisa, cada beso, cada abrazo, es un viaje de ida y vuelta al cielo.
Cada preocupación, cada dolor, cada angustia nos sumerge en un infierno del cual a veces no encontramos la salida.
Bendito Dios que nos da la fortaleza para no decaer y seguir adelante, adelante me digo.
Este tipo de mañanas suelen desparecer de la memoria, ahora parece que las cosas van mejorando, para todos…