Aprende a proporcionarle a tus hijos la base para construir la felicidad
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La felicidad no se da ni se vende. Para conseguirla, cada ser humano necesita madurar. Los padres pueden proporcionar a los hijos la base para construir la felicidad, ya sea materialmente: ofreciéndoles
condiciones básicas de sobrevivencia; psicológicamente: a través de la educación. Dado que los niveles de felicidad son diferentes, a continuación señalo los principales.
La felicidad egoísta
La persona que disfruta ese tipo de felicidad se preocupa solamente por atender a sus necesidades y deseos sin tomar en cuenta el sufrimiento ajeno o lo que sucede a su alrededor. Procura un bienestar primitivo, casi vegetal, puesto que sólo le interesa su sobrevivencia. Extrae todos los nutrientes del suelo, mientras se estira para alcanzar el máximo de luz, aunque con eso obstruya a las otras plantas. Un ejemplo de esto puede ser el jefe de familia que exige para sí el mejor sitio de la casa, la mejor comida. Fuma su cigarro mientras toma su bebida favorita. Todo debe hacerse a su gusto y a su modo, aunque sus hijos se ahoguen o su mujer o cualquier otra persona.
Un niño muy pequeño busca esa felicidad naturalmente, porque en esa fase del desarrollo el egocentrismo es natural. Poco a poco, a medida que descubre a los demás, supera la necesidad de
ser el centro del mundo y se interesa más por los otros. A los ocho meses el bebé desconoce a las personas que no pertenecen a su mundo cotidiano y puede llorar cuando las ve.
Muchas veces esas personas insisten en cargarlo sin considerar la angustia del niño. Cuando alguien le sonríe, el bebé siente bienestar porque sabe que despertó algún afecto: la sonrisa es para él un reforzamiento. Así, si los padres desaprueban alguna actitud suya, no deben sonreír mientras le están diciendo “no”. Entre la prohibición del “no” y la sonrisa, lo que pesa más es la aprobación de la sonrisa. Incluso sin la sonrisa, la aprobación se puede transmitir en un tono cariñoso de voz, en una mirada dulce. Por lo tanto, el niño está siendo estimulado para no hacerle caso al “no”.La persona que disfruta ese tipo de felicidad se preocupa solamente por atender a sus necesidades y deseos sin tomar en cuenta el sufrimiento ajeno o lo que sucede a su alrededor
Un niño que hace berrinche porque la madre se niega a comprarle el vigésimo juguete en una mañana de paseo por el centro comercial, sería otro ejemplo de felicidad egoísta. Su voluntad se transforma en la necesidad de poseer el juguete aunque, para ello, necesite perjudicar a su madre.
Es conveniente recordar que la felicidad se desvanece después de la posesión de un juguete —pues el niño vuelve a hacer berrinche para obtener el juguete siguiente— no es felicidad, sino saciedad de un deseo. Saciar un deseo no es la felicidad, que siempre es mucho más que eso.
Cuando un hijo se droga, también está buscando la felicidad egoísta. Sólo él siente el efecto placentero de la droga, sin preocuparse de los perjuicios que ocasiona ni de los sentimientos u opiniones de los padres y de las personas que lo aman. Hay que recordar que, rápidamente, esa felicidad egoísta se transforma en saciedad y el joven entra en un ciclo instintivo (animal) de sufrimiento/ saciedad.
Cuando los padres “padecen” de felicidad egoísta, educan a sus hijos para ser egoístas también. Y en el futuro sufrirán los efectos de lo que enseñaron. Imaginemos a esos padres seniles, empezando a necesitar de cuidados. Los hijos, ¿renunciarán a su felicidad egoísta para cuidar de ellos? Lo más probable es que los padres acaben sus días en un asilo.
La felicidad familiar
En ese contexto, toda la atención de una persona se dirige al bienestar exclusivo de su familia. Poco importa lo que sucede con las otras familias; su familia está rodeada de todos los recursos para asegurar su sobrevivencia. El patriarca protege a su prole. Esta familia se considera a sí misma perfecta. El padre y la madre creen ingenuamente en todo lo que les dicen sus hijos, como si nunca mintieran, y atacan con ferocidad a quienes se atreven a meterse con ellos.El padre y la madre creen ingenuamente en todo lo que les dicen sus hijos, como si nunca mintieran, y atacan con ferocidad a quienes se atreven a meterse con ellos
Fuera de casa, los integrantes de esta familia no tienen escrúpulos para aprovecharse de las posiciones ventajosas y explotar a empleados, a la comunidad y hasta a la sociedad con el fin de beneficiar solamente a su familia. Por ejemplo, es fácil que esos padres se opongan a la escuela por las recomendaciones que ésta les hace a sus hijos. No es natural que los padres discutan porque el profesor reprende a su hijo sin saber los motivos; pero, ¿será que el hijo siempre está en lo correcto y todos los demás equivocados? Esas familias, al actuar así, educan a sus hijos para la transgresión socialy refuerzan sus faltas. Los niños llevan ese amor dentro de sí a donde van, incluso en sus primeros pasos en la escuela. La sensación de pertenecer a una familia los protege de ser reclutados por traficantes, bandas de delincuentes o fanáticos de cualquier especie.
Aprobar todo lo que el niño hace le enseña que quien lo ama cumplirá todos sus deseos. Pero la vida misma se encargará de desmentirlo, y la escuela le ofrece la primera muestra: los padres no están con los alumnos en el salón de clases. Hay algunos alumnos que no quieren aceptar esta regla educativa y consideran que la escuela no los ama pues los contradice. Los padres deben demostrar que están de acuerdo con las reglas de la escuela que eligieron, y no reforzar lo que piensan los niños, queriendo estar de su lado. Esos padres, en realidad, lo que dan es un ejemplo de transgresión, en vez de mostrar las diferencias entre la vida de casa y la vida escolar.
La felicidad comunitaria
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materiales y del individualismo. Esas personas experimentan una sensación de bienestar
y de placer al pertenecer a una comunidad y participar en ella como si fuera una gran familia. No importa si es la comunidad, el barrio, la ciudad, la agrupación, la asociación, la institución, la escuela o hasta el grupo religioso. PuedenLos niños necesitan sentir que pertenecen a una familia
ser personas que ya han pasado por la felicidad egoísta y la familiar y migraron hacia la felicidad comunitaria. O personas que, incluso sin tener familia propia, sienten una gran satisfacción en ayudar al prójimo. Pertenecer a una comunidad, prestarle servicios, enorgullecerse
de ella, participar en los movimientos que propone para ayudar a los más necesitados, colaborar en la organización de fiestas comunales para que todos se diviertan, todo esto crea un efecto multiplicador en los hijos.
La felicidad social
La felicidad social considera iguales a todos los seres humanos, sin importar su color, etnia, raza, credo, religión, nivel social, preparación cultural, poder económico, cargo político, fama, origen, aspecto físico, capacitación o habilidades.
La persona de este tipo se siente feliz al ayudar a otro ser humano a ser feliz. Se empeña en mejorar este mundo con pequeños gestos, desde dejar el baño limpio para el siguiente usuario, hasta grandes
acciones, como emprender movilizaciones cuando un semejante o un pueblo entero sufre un revés en cualquier rincón del planeta. Como ejemplo podemos mencionar a la famosa actriz estadunidense Angelina Jolie, ex modelo y ex usuaria de drogas, que ha recibido un Óscar y tres Globos de Oro, y ocupa el segundo lugar en la lista de filántropos de la revista Time, donde se encuentran las personas “que transforman el mundo con su poder, su talento y su ejemplo moral”. Madre adoptiva del camboyano Maddox, del vietnamita Pax y de la etíope Sahara, y madre biológica de Shiloh, su hija con el actor Brad Pitt, Angelina fue nombrada por la onu embajadora de la buena voluntad. La personaLa felicidad social es la expresión máxima de la salud relacional, pues se eleva por encima de los otros tipos de felicidad
que expresa una felicidad social se regocija con la felicidad ajena, pero también siente en el alma los sufrimientos de los hombres. Es un ser agradable, solidario y su vínculo con el prójimo trasciende el tiempo y el espacio, superando diferencias geográficas, ideológicas, políticas, sociales y religiosas. Tolerancia, solidaridad, compasión, sabiduría, no violencia, forman parte de la felicidad social. Grandes líderes espirituales e ideológicos han sido sus máximos representantes.
Si los padres empezaran a leer a sus hijos desde la más tierna infancia, pasajes interesantes y pintorescos sobre los grandes hombres, y después estimularan un pequeño debate sobre su vida, probablemente los hijos serían personas mejores para sí mismas, su familia, la escuela y, más adelante, el mundo.
¿No sería interesante para el niño saber lo que puede hacer para beneficiar a una persona? Motivarla a decir la verdad, sin exagerar, y reforzar las cosas buenas que hizo, son medidas que no toman
demasiado tiempo y producen grandes resultados, pues contribuyen a la formación de una buena autoestima.
A los hijos les gusta saber que los padres aprueban lo que hacen. Si viven con naturalidad la felicidad social (hacer el bien sin mirar a quién y no hacer algo que pueda perjudicar a otros), sus hijos también la vivirán.
Autor del libro Quien ama educa