Parece mentira que en pleno siglo 21 todavía haya tanta discriminación para grupos menores a la mayoría. No sé si sea políticamente correcto llamarlo así, pero a mi me parece la mejor explicación, las mayorías ven raras a las minorías. No tiene que ver con ser mejores o peores sino con ser menos en número. Simplemente.
Según CONAPRED en México cada dos días matan a una persona por el simple hecho de ser gay, además de que somos el segundo lugar en crímenes homofóbicos del mundo después de Brasil. Desde luego que eso trae consecuencias sociales terribles, la homofobia no se da solamente en los que cometen los crímenes sino que se da a todos los niveles. No es necesario golpear o asesinar a alguien para demostrar odio, el rechazo social, la ignorancia colectiva y sobre todo el poco amor por la humanidad, llevan a marginar a quien no debería serlo.
Aprovechando que el jueves pasado fue el Día Internacional contra la Homofobia, recibí el correo de una chava que quiere compartir su historia para difundir mediante este espacio el riesgo de suicidios en los adolescentes gays, con la siguiente estadística: el 40% de las personas gays piensan en el suicidio y de ese 40, el 25% lo intentan. Me pareció verdaderamente alarmante. Quizá muchos digan que no es culpa de los heterosexuales que los homosexuales no se acepten y tienen razón, de hecho no es culpa de nadie. Sin embargo existe una responsabilidad compartida de vivir en una sociedad cerrada e intolerante, en la que la presión social e ignorancia influyen en las decisiones de las personas. Aquí la historia.
Desde que nací tengo el recuerdo de todo el tiempo tener la sensación de ser diferente a los demás. Siempre sentí que había una pieza de mi rompecabezas que faltaba. Algo simplemente no cuadraba. Por muchos años no entendí por qué era, no había nada claro que me dijera qué era lo que me pasaba, por qué me sentía así. Cuando estaba en secundaria, me empecé a dar cuenta que me llamaba mucho la atención la boca de las mujeres. Primero me gustaba ver sus bocas, pero poco tiempo después me di cuenta que se me antojaba darles un beso. Eso me dejó en shock y pensaba: ¿cómo se me puede antojar darle un beso a una mujer?, está pésimo! Por ningún motivo puedo ser gay, y menos después de los comentarios de la gente que dan asco las lesbianas. Yo no le quiero dar asco a nadie. Seguro no soy.
Pasaron muchos años y cada vez era peor, hasta que me di cuenta que no es qué quisiera darles besos, es que estaba enamorada de una mujer. Ya no lo podía seguir justificando. Pensaba, por ningún motivo nadie se enteraría. Si salía de mi cabeza seguro mi familia y mis amigas me iban a rechazar, porque dicen que los gays somos pervertidos y que es algo antinatural, que somos un mal ejemplo para la sociedad, que Dios no nos quiere, que somos una vergüenza, se burlan; ¡no sé quién es un mariquita! Y yo por ningún motivo quería ser parte de ese grupo. Yo no quería que se burlaran de mí por algo que yo no puedo cambiar. Así que decidí que nadie nunca lo iba a saber, y que me iba a casar y tener hijos, y que eso sería mi vida, porque yo quería ser la hija que mi mamá siempre soñó. Aparte que la mujer de la que estaba enamorada no es gay, y nunca podría ser.
Cuando me casé, veía a mis amigas y pensaba: se ve que a ellas esto sí les hace feliz, pero a mi no. Y de verdad quisiera, le echo todas las ganas, pero no puedo. Haría mi vida mucho más fácil. Como a los 7 meses, conocí a una amiga de mi esposo. Y desde el segundo que la vi, supe que era el amor de mi vida. No quería nada más que estar con ella. Pero sabía que para estar con ella, tenía que aplastar los sentimientos de todas las personas que quiero, así que decidí que seguiría casada. Después de un año de tratar de olvidarla, y nada mas no podía, me di cuenta que mi vida era un infierno. No podía soportar mi realidad, todo el día dormía. Me convertí en un zombi. Estaba atorada en una vida que no era mía, que sólo la vivía porque me daba vergüenza ser quien soy. Y pensé: solo hay dos salidas a esto, la primera suicidarme, la segunda, divorciarme y decirle al mundo entero que soy gay. Escogí la segunda.
Ahora siento una gran felicidad de tener la rienda de mi vida en mis manos. Que no tengo que fingir ser alguien más. Por fin se acomodó la pieza de mi rompecabezas que faltaba. Todo fluye perfecto. Y jamás volveré a dejar que alguien me diga que lo que yo soy está mal, ni pondré lo que yo valgo en opinión de otras personas.
En mi opinión, gay o no, cualquier persona que toma las riendas de su vida, lucha por lo que quiere y se da su propio valor merece todo mi reconocimiento pero sobre todo es afortunado en gozar de su propio reconocimiento.
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