Relacionarse es parte de la naturaleza humana. Desde el momento en que nacemos –o incluso antes– se empiezan a desarrollar nuestros primeros lazos sociales. El ser humano no podría sobrevivir sin relacionarse con sus semejantes y aunque de vez en cuando disfrutemos estar un rato a solas, formar parte del grupo es importante.
Pero no se trata meramente de una cuestión de supervivencia. Alimento, vestido y un sentido de protección son las razones básicas por las que nos agrupamos, pero las relaciones humanas van más allá. Apoyo emocional, conexión, compañía, crecimiento, aprendizaje, contacto físico, son necesidades de todo ser humano y sentirnos conectados con los demás es fundamental para nuestra salud emocional.
Nuestro primer núcleo de relaciones será la familia, serán ellos los que nos inculquen las primeras enseñanzas. A medida que crecemos aumentamos nuestro círculo social se extiende y nos desarrollamos y crecemos y aprendemos acorde a con quiénes nos relacionamos. Nos reflejamos en los otros y aprendemos quienes somos a través de nuestros amigos.
Así mismo, vivir en comunidad nos permite aprender más que estando solos; compartir ideas y trabajarlas en equipo puede ayudarnos a llegar más lejos. También ayuda a impulsarnos a romper los límites, esforzarnos para llegar más lejos –ya sea por un sentido de competencia o porque la ayuda de los demás nos motiva a no rendirnos–, entre otros beneficios.
