La vida está llena de decisiones, desde las más pequeñas –fresa o chocolate– hasta las más críticas –qué carrera elegir, me quiero casar o no, debería renunciar e iniciar mi propio negocio–. A lo largo del tiempo han surgido más opciones para todo y mientras que cada aspecto de la vida nos ofrece un amplio abanico de posibilidades, pareciera que cada vez nos cuesta más decidir.
Vivimos en una era en la que cualquier producto se puede personalizar hasta el más mínimo detalle, donde hay catálogos para todo que se amplían constantemente; en la comida, en la ropa e incluso para relacionarnos con otros, nos hallamos ante un panorama de opciones. Sin embargo, parece que estamos más indecisos que nunca.
La diversidad de opciones no nos hace más felices, sino más insatisfechos, así lo señala el psicólogo Barry Schwartz en su Paradoja de la elección. Creemos que nos encanta tener más opciones, pero lo cierto es que cuando hay más cosas entre las cuales elegir, nos resulta más difícil hacerlo. Queremos tenerlo todo y entre más alternativas hay, significa que “renunciaremos” a más cosas, la perspectiva de lo que estamos dejando atrás resulta abrumadora.
Esta indecisión se manifiesta en todas nuestras elecciones y quizá el peso sea mayor cuando se trata de aquellas decisiones con el potencial de cambiar nuestra vida. No podemos evitar preguntarnos si estamos tomando la mejor decisión y a menudo nos paralizamos. Pero lo importante es no dejar que el temor a decidir mal nos detenga. No hay forma de saber si estamos tomando la mejor decisión posible, pero es necesario tomar una decisión.
Escrito por: Elena Pedrozo
