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Pero con más frecuencia escuchamos ideas en el sentido de que la televisión entretiene a los niños, es una gran ayuda para tenerlos tranquilos, gracias a ella televisión los padres pueden disfrutar de algún tiempo para despreocuparse del cuidado de los niños; se reconoce que, aunque mala, entretiene no sólo a los hijos, también a los padres y a toda la familia. Desafortunadamente en muchos casos constituye la única ‘compañía’ para ancianos y enfermos…
¿Cuál de los dos puntos de vista es el correcto? En este asunto, como en casi todos, aunque existan posiciones contradictorias entre sí pueden existir también otras posibles maneras de enfocar la situación.
Es verdad que en gran medida los programas televisivos transmiten muchísima violencia y proyectan imágenes destructivas: series y películas nacionales y extranjeras basadas en la violencia, el robo, la corrupción, el tráfico de drogas que pueden ser un medio excelente para la difusión de los antivalores. La destrucción y falta de respeto por la vida tanto animal como humana: el triunfo de los hampones y un excelente catálogo de comportamientos encaminados al enriquecimiento fácil y rápido mediante conductas reprobables. Peo es igualmente cierto que existen algunos programas, en horarios y canales seleccionados que proyectan interés por el conocimiento, respeto a la vida humana, animal y a la naturaleza toda, aunque sean minoría.
Frente a este panorama ¿qué pueden hacer los padres de familia interesados en ayudar al crecimiento sano y desarrollo intelectual de sus hijos? Algunos han declarado estar dispuestos a prohibir a los niños ver la televisión en casa; los más extremistas pretenden proteger a sus hijos prescindiendo del aparato en sus hogares.
Nuestro punto de vista pretende conciliar las posturas extremas descritas. Es un hecho que la televisión ‘ha llegado para quedarse’; es un hecho que puede ser una influencia terriblemente negativa, no sólo en los niños (si bien es cierto que éstos son en general, más influenciables que los adultos) sino también en los adultos que se someten, sin juicios críticos, a los constantes mensajes enviados por este medio. Se ha llegado a decir que en la actualidad, la televisión ejerce mayor influencia en la formación de los niños que los mismos padres ya que los pequeños se ven más expuestos a los mensajes transmitidos por éste y otros medios masivos de comunicación que a los mandatos, reglas y valores que pretenden transmitirles sus padres. Esto será verda sólo si los niños pasan más tiempo frente al televisor que en contacto y comunicación con sus padres. No en balde se ha llamado al televisor “la caja idiota” (o idiotizante?).
Sin negar lo anterior también puede afirmarse que la televisión en sí no es ni positiva, ni negativa; lo deseable o indeseable es el uso que de ella se hace. Me explico: la televisión es simplemente un recurso técnico que puede ser utilizado positiva o negativamente. Del uso negativo de la misma hemos hablado ya. Uno de los usos positivos es recurrir a ella sólo cuando se conoce anticipadamente el contenido de la programación a la que nos vamos a exponer y se expondrán a su vez, nuestros hijos. Realizar una selección cuidadosa, previa de la programación que queremos sea vista en nuestros hogares. Esto no es una tarea difícil: basta con consultar la programación publicada en los diarios y decidir lo que hemos de ver y aquello que rechazaremos.La televisión no es ni ‘buena’, ni ‘mala’; es, como en el caso de cualquier otro recurso, el uso que hagamos de ella lo que puede enriquecernos o empobrecernos
Sabemos que no siempre estaremos en casa para ‘vigilar’ (situación que tampoco es deseable, ni recomendable) aquello que nuestros hijos verán pero si educamos desde pequeños su gusto y preferencia, podemos confiar en su propio criterio.
Y ya que hablamos de criterio, es importante señalar otra forma de ver televisión en casa, aún aquellos programas que consideramos indeseables pero que por curiosidad o moda nuestros hijos quieren ver para no “quedar fuera”. No nos inclinamos por la prohibición; pues el efecto de ésta suele ser el contrario al buscado. Todo lo prohibido, resulta anhelado, deseado y finalmente alcanzado –aunque sea a escondidas. Por el contrario, lo que puede resultar eficaz en estos casos es ver estos programas indeseados e indeseables en compañía de nuestros hijos. Y ejercer activa e inteligentemente nuestra capacidad crítica; comentar, a manera de plática con ellos –en los términos propios, sencillos, adecuados a su edad, todos los aspectos que a nuestro juicio son equivocados en el material que estamos viendo junto con ellos. En otras palabras, ayudarles a desarrollar su propio sentido crítico y selectivo el que posteriormente, ellos mismos pondrán en práctica. Mientras más pronto en la vida aprendan a seleccionar, discriminar y elegir, mayor confianza podremos depositar en ellos y en su capacidad para tomar las decisiones adecuadas.
Lo anterior es una tarea mucho más sencilla de lo que pudiera pensarse. No requiere de grandes esfuerzos, nos acerca a nuestros hijos pues es un medio para compartir opiniones, conocer sus puntos de vista y dar a conocer los nuestros. Constituye un medio de comunicación y de ganarnos su confianza: confiando en ellos, ayudaremos a que también ellos confíen en sí mismos… ¡y en nosotros!
Una posible ganancia adicional es la capacidad que desarrollarán nuestros hijos para seleccionar aquellos programas de televisión que les transmitan algo positivo y produzcan el placer propio de la adquisición de información nueva y manejo de nuevos conocimientos. El conocimiento, descubrimiento y aprendizaje en general no es en absoluto, una actividad aburrida; todo lo contrario: cuando adquirimos un nuevo conocimiento enriquecemos nuestro ser, nos hacemos más grandes, más completos, más seguros.
La televisión no es ni ‘buena’, ni ‘mala’; es, como en el caso de cualquier otro recurso, el uso que hagamos de ella lo que puede enriquecernos o empobrecernos. Puede significar una magnífica oportunidad para crecer junto con nuestros hijos. Y también ¿por qué no? un medio de entretenimiento y esparcimiento sano, siempre y cuando ejerzamos previamente, nuestra capacidad de elección, selección y crítica. Hay que saber qué es lo que nos conviene y qué es lo que nos daña: ir por lo primero y en ese camino hacernos acompañar de nuestros hijos y desechar lo último, a lo que no queremos exponer a nuestros hijos, ni exponernos a nosotros mismos.
Por último, recordemos que ningún aparato, por sofisticado y costoso que sea sustituye el calor, afecto y apoyo que podemos dar los padres a los hijos y que éstos ¡tanto requieren de nosotros! (y nosotros de ellos.) Disfrutemos juntos este camino y proyecto vital que nos enriquece a ambos.
Escrito por: Dra. Ma. Teresa Döring H.