Esta sociedad represora y represiva que clama memoria histórica y que no tiene siquiera memoria personal, ésta levedad de vida tan pesada y grumosa con sus toques de ambivalencia y deslealtad. Es un laberinto de críticas en el que vivimos llenos de pesadillas y sueños sin despertar, plagada de males mundanos y de pasiones sin desfundar.
Nuestros cuerpos no paran de andar, y vagan a veces, y ríen parados esperando una sorpresa por la que ni siquiera han aprendido a luchar y gritan y lloran y piden, exigen perennes necesidades que en realidad no se necesitan. En éste vaivén de simples sucesos, les digo que me impacienta no tener memoria.
Y la verdad nadie la sabe, pero muchos se creen dueños de la misma y la predican a los demás –según ellos- con soltura y altanería. Esas personas provocan en mí tristeza, me dan lástima. Se creen dueñas de la verdad, esa que no conocen, que no aceptan y que escuchan por las mañanas cuando se ven en el espejo del baño. Le huyen.
La verdad es volátil, caprichosa, incómoda y suele ser espantosamente cruel. La afirmación es menos tenaz y dependiente. Es totalmente cierto que vivimos en un mundo lleno de prejuicios y atascado de verdades lastimosas frente a las cuales cerramos los ojos para poder disfrazarlas con el color acorde a la temporada de nuestras emociones.
Si llueve ya nos fregamos porque no contemplábamos que eso pasaría, y entonces nos mojamos y nos enojamos; la verdad es que no fuimos precavidos. De haberlo sido, habríamos cargado un paraguas. Ahí está la verdad menos cierta: no saber. En la vida interna también llueve y tampoco salimos con paraguas, también nos enojamos y la verdad sigue sin ser tan cierta.
¿Pero qué certeza da la verdad? ¿Quién la compró? ¿Cuánto le costó? ¿Por qué no la comparte? ¿Será que no existe? ¿Será que cada quien tiene la suya? Poseemos almas como verdades, eso creo, y la verdad es que existe el alma, al menos la mía. Aunque solo es una, tengo solo un alma y una sola verdad ¿Cuál será la verdad de mi alma?
Al final de todo, mientras sigo investigando, la verdad es que no hay certeza de nada más que de la muerte misma, que en sí misma es toda una verdad. Y como estoy viva, tengo la oportunidad de seguirme cuestionando; esa es una de las maravillas de la vida, el cuestionamiento. ¿Mi alma será verdad?
Mi memoria me alcanza para guardar el proceso en el que me descubro y en el camino, seguro encontraré una que otra verdad, fallaré como fallaron nuestros científicos por los que hoy tenemos tantas comodidades y así como ellos fueron certeros, así como ellos encontraron su verdad, estoy segura que encontraremos la nuestra. Para eso debemos recordar ser certeros. Seguiré recordando ciertamente lo que se me dé la gana ¡Que falsa verdad! Como si la memoria se controlara.
Esta sociedad, de la cual somos parte reprimida, que atenaza la memoria individual de las sombras de los soldados que la integran. Marchamos derechos y fríos. No podemos modificarlo, seguimos la suerte pública de las masas. Hagámoslo pues, pero no olvidemos… al menos no olvidemos para recordar de forma personal. De lo contrario, estaremos condenados a alejarnos de la certeza y nos desentenderemos de la verdad, esa que nadie sabe.
Escrito por: Evangelina Jiménez Olvera.