Afirma la teoría que para que un castigo funcione debe ser temido; de este mismo modo, para que un premio o recompensa sirva debe ser deseada.
En nuestro día a día utilizamos mucho este tipo de educación. Si haces lo que quiero o lo que debes: te premio. No lo haces: te castigo. ¡Fácil! ¿No? Sin embargo es interesante profundizar y preguntarnos qué pasaría si quitáramos los castigos y los premios. ¿Qué tipo de conducta presentarían nuestros hijos?, por ejemplo.
No es ningún descubrimiento darnos cuenta que cuando cesan los premios la conducta deseada deja de presentarse, y que la conducta requerida se mantiene por mayor tiempo si los premios se presentan de forma intermitente, y la persona no sabe cuándo van a llegar. Quizá este tipo de recompensa de resultado en el círculo laboral, pero… ¿qué queremos para nuestro ambiente familiar?
Yo, en lo personal, soy de la idea que es necesario hacer una labor más profunda y hacer conciencia en nuestros hijos del para qué se les pide tal o cual conducta. Hablar con ellos, desde pequeños, sobre los problemas que causa el tabaquismo, la drogadicción, la alimentación no sana, las escapadas…etc. Para que una vez llegada la adolescencia y se sientan que son “grandes” no traten de probar todo lo “prohibido” sin saber las consecuencias reales de sus actos.
Cuando castigamos nuestros hijos nos temen. Cuando les explicamos nos acercamos y se abren canales de comunicación que hacen más fuertes nuestros lazos.
Me despido de ustedes con una frase de una niña de 8 años: “Mamá: cuando me explicas, y me dices por qué debo hacer las cosas, te entiendo y te obedezco mejor. Te quiero”.
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