E
s tan común que pasa desapercibido, cuando es uno registrado civilmente o registra a un hijo, ya se pensó en el nombre que la criatura llevará, en lo que nunca se recapacita. Lo que sucede es será un signo que identificará a su poseedor para el resto de la vida y que éste no siempre empata con la persona que lo porta. Tampoco profundizamos acerca de cómo será ese crío o cría cuando nazca y más tarde, cuando sea mayor.Percibimos, mucho menos en la longitud y cantidad de los nombres, que a la postre, probablemente, no usará ninguno de ellos por mucho que gustara a sus progenitores y terminan siendo reconocidos por un funesto apodo, que será el que una vez en este mundo le elegirán los integrantes de la comunidad a la que pertenezca.
Cuántos de nosotros no sufrimos la calamidad de tener un nombre que no nos gusta, que sería en la mayoría de los casos lo de menos, pero cuantos también nos encontramos con dificultades legales, dado que en nuestras actas está escrito de una x manera, pero en el pasaporte aparece con una letra de más o de menos. En ocasiones, lo mismo pasa al sacar la licencia cuando omitieron alguno, o en el colegio o la universidad cuando cometen un error de dedo y no fuimos nosotras los que terminamos la carrera, sino otra muy diferente. También hay casos en que se ha atendido toda la vida por un determinado mote, que al cotejar nuestras actas resulta que no existe, trascendiendo en que el acta no es nuestra, ni nosotras somos las del acta.
Consideremos el peso que lleva sobre su ser Gertrudis Refugio Teresita del Niño Jesús Amapola, además de sus apellidos que pesan tanto como Martín del Campo Ibargüengoitia; por si fuera poco, casada no podía faltar el “de”, ella es “de” Villaviciosa; octogenaria que por el privilegio de haber sido registrada con tantos y tan largos nombres ha sido llamada “Nena”, desde recién nacida hasta los muchos años que ahora tiene. Lo mismo le pasa a Hermenegildo Ildefonso Tiburcio Policarpo, el amado hijo de apellidos Rapaport Izcarabarzaleta, prominente abogado, que por la dificultad que le proporcionan sus extensos, múltiples y complicados apelativos, la vida lo “premió” y es conocido de todos como “el Bebo”, pese a la importancia y seriedad de su profesión, es Lic. Bebo.
Esto no quiere decir que los nombres únicos y cortos no nos causen a su vez problemas, especialmente cuando no tienen nada en común con la persona a la que identifican, quizá los que lo escogieron lo hicieron ex profeso para enfatizar las características propias del registrado; cuantos Jesús conocemos que no merecen oír su nombre ni cuando estornudan; Santiagos que de santos no tienen nada pero de “tiago guaje todo”; Hernán, desgarbado, granujiento, simplón hasta la pared de enfrente, no hace honor al conquistador; Rolando, sólo rola los ojos bizcos, pero de cantar ni con karaoke; Benigno, hace que su madre se arrepienta de haberlo traído al mundo por malvado que es.
Glorias que se alimentan de rencor; Virginias que desde que tienen capacidad de hacerlo, le dan vuelo a la hilacha convertidas en lo opuesto; Margaritas que se toman y que nunca se deshojan; más de una Concepción que no puede concebir; brujas que ostentan el nombre de Ángela; entre varias Flores, unas bonitas y otras marchitas, etc. (Aunque debo decir que no en todos los casos se aprecia, hay personas que en realidad, por difícil que parezca, ¡concuerdan!).
Después de reírnos, pensemos en nombres propios convenientes, cortos, sobrios, fáciles de pronunciar, no adjetivos que afecten a su dueño en su persona o comportamiento, francos, sencillos, llanos; de esa manera les evitaremos problemas como los antes mencionados a las próximas generaciones. Porque, me olvidé de decir que además los nombres compuestos o largos no caben en los programas de las computadoras, razón que provoca muchos errores que afectan a los documentos de identidad.
Escrito por Mariño