En el sobrepeso intervienen factores genéticos, ambientales, socioeconómicos y psicológicos
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No hace falta dirigir la mirada a otros países para comprobar esta afirmación. En abril de 2007 unos abuelos asturianos perdieron temporalmente la custodia de su nieto, un niño de 10 años y 100 kilos de peso. El Gobierno de Asturias se hizo cargo temporal de su tutela para someterlo a una dieta de adelgazamiento con el objeto de que el menor recuperara un peso normal para su edad. Apenas dos meses antes, los servicios sociales británicos habían valorado la posibilidad de retirar la custodia a la madre de un niño de ocho años que pesaba 91 kilos.
Ambos casos pueden considerarse extremos, pero no por ello dejan de ser un síntoma de que algo anómalo está sucediendo en Europa con sus hábitos alimentarios. Encuestas recientes lo corroboran: España es, por detrás del Reino Unido, el país europeo con mayores tasas de obesidad infantil. Las cifras no dejan lugar para la indiferencia: la incidencia de obesidad en niños y jóvenes de 2 a 24 años alcanza ya el 13,9%, y la de sobrepeso, el 12, 4%. Es decir, una cuarta parte de niños y jóvenes tienen un peso superior al que sería saludable para su edad, cifra que se ha duplicado en sólo 15 años.
La resolución del caso del niño asturiano es muy significativa porque incluye una valoración en la que se fija la verdadera responsabilidad de la obesidad del menor. La medida pretendía, según la sentencia, que los abuelos adquiriesen un compromiso real de alimentación saludable para que el joven pudiera reinsertarse en su hogar sin que se viera vulnerado por ello el derecho fundamental a la salud.
Esta decisión se tomó tras descartar problemas endocrinos o metabólicos y después de haber analizado en profundidad el estilo de vida de la familia del menor. El análisis estableció como causa directa del exceso de peso una "mala educación alimentaria" que afectaba no sólo al niño, sino a buena parte de los miembros de la familia.
Pistas para diagnosticar obesidad infantil
La detección de un sobrepeso es una tarea simple, basta con echar un vistazo periódicamente a la báscula y estar atentos a lo que se entiende como peso normal según edad, altura o constitución física. El problema surge cuando este sobrepeso se hace habitual o tiende a aumentar sin que se aprecie la posibilidad de revertir la situación de forma natural. Es entonces cuando la familia debe tomar cartas en el asunto y acudir a un especialista.
Ante la mínima sospecha de que pueda surgir alguna complicación metabólica hay que acudir al médico, o bien al dietista. En cualquier caso, el profesional deberá valorar de forma integral los hábitos de vida del niño, su ritmo y nivel de actividad física y la conducta alimentaria que sigue. Pero también deberá informarse acerca de la forma de cocinar, del tipo de alimentos, de las cantidades que acostumbra a comer el niño, del orden en las comidas (desayunos, almuerzos, meriendas) y de los horarios.
Aunque esta información resulta esencial, ni es la única ni tampoco la más importante que se debe identificar: la obesidad infantil es el resultado de una ecuación compleja en la que intervienen factores genéticos, ambientales, socioeconómicos y, sin duda, psicológicos. Todo ello forma parte de la costumbre familiar y de la relación que mantiene el niño (también los padres) con la comida. Es imprescindible, por ello, la compañía de los progenitores en la consulta dietética para resolver las dudas que tenga el niño sobre las cuestiones que le pueda plantear el dietista o el médico relativas a su alimentación.
El diagnóstico del sobrepeso o de la obesidad es sencillo y rápido, ya que los datos antropométricos (peso, talla y perímetros de cintura, cadera, muslo y brazo) se comparan con los establecidos para la población infantil. Con ellos se marca la diferencia entre sobrepeso y obesidad. Pese a que la obesidad representa un mayor riesgo para la salud del niño, no hay que dejar en un segundo plano el sobrepeso. Este trastorno también precisa ser tratado con seriedad desde los primeros años de vida. Es ahí donde, precisamente, radica la dificultad: en conocer el origen que ha llevado a que el niño aumente de peso.
No hay que perder de vista la condición genética del menor. Sin embargo, en la mayoría de los casos el exceso de peso responde más a desequilibrios nutricionales y a que no se consumen las suficientes energías. De cualquier modo, el problema del sobrepeso se transformará en una constante en el niño si la familia al completo no se implica en un cambio hacia unos hábitos de vida y alimentarios más saludables.
Los padres enseñan, el niño aprende
La razón de que el exceso de peso esté asociado a una conducta alimentaria mal aprendida y a una relación poco sana con la comida se debe a que la forma en que se ha enseñado a comer al niño no ha sido la más adecuada. Por esta razón, es determinante, tanto para padres, abuelos y educadores, descubrir hasta qué punto ellos, con su comportamiento alimentario, su disciplina y el tiempo y modo que emplean en enseñar a comer, son responsables de la conducta alimentaria de los más pequeños.
Enseñar a comer forma parte de la educación y transmisión de conocimientos de los padres y madres con los hijos. Y como todo aprendizaje requiere un esfuerzo diario.
Fuente: Consumer.es