Bienestar

Oscuridad

oscuridadSin miedo a lo desconocido

Escrito por: Evangelina Jiménez

Cuando era niña le tenía mucho miedo a la oscuridad, a lo desconocido que pudiera salir de ella, a los monstruos que pudieran esconderse en la negrura. Los brazos de mi madre eran el mejor aliciente, reaccionaban ante mi grito que reclamaba compañía cuando se iba la luz o cuando “según yo” escuchaba un ruido extraño que para mí era una alerta de que “alguien” andaba por ahí.

Supongo que esos miedos eran en parte culpa de la edad y en parte culpa de las películas de terror que tenía prohibido ver, pero que de todos modos veía a escondidas. El miedo era a lo desconocido, aunque finalmente era un miedo fundado en ficción, le tenía pavor a personajes de garras metálicas, caras de payaso diabólicas o máscaras de plástico y sierras.
Hoy, la oscuridad me acompaña, cobija y comparte mis miedos, mis tristezas, mis éxitos y mis fracasos, los temores actuales se traducen en cosas conocidas que desearía fueran invención. Mi abuelo siempre me decía que debía tenerle miedo a los vivos y no a los muertos, claro que a mis ocho años de edad, la frase carecía totalmente de sentido, los muertos, los fantasmas, los mitos y las leyendas, llenaban mi cajita de temores.
Con el paso de los años la frase ha cobrado significado en mis vivencias, los monstruos me causan risa, los fantasmas rechazo, y los humanos y sus acciones son los que provocan que la bolsa de malos recuerdosBendigo mi cuerpo que ha sentido tantas cosas, pido más tiempo para conocer las que aún no he sentido, todo al ritmo de mi respiración y en compañía de la oscuridad expela aquellos sentimientos que me hicieron conocer la oscuridad de mi alma, refugiarme en ella y llorarla ¡que razón tenía mi abuelo!, lo extraño.
La oscuridad es mi aliada en esos momentos en los que siento que un fantasma va a acercarse, claro que no viene en una sábana blanca, sino en forma de incertidumbre, de olvido, de una palabra que duele, de una acción que lacera, de la constante espera, de la separación desagradable, de lo inexplicable.
Esas sombras desconocidas son tan atractivas, me seducen, quieren que vuelva por sus lares, intentan atraparme y mientras lo hacen me llevan por caminos de recuerdos que mi mente había enterrado. Me niego a ir con ellas, no se vencen tan rápido, son fuertes y lo peor de todo es que son reales, tanto que los brazos de mi madre perdieron el efecto tranquilizador.
Dentro de la penumbra siempre encuentro un punto de luz, debo pensar fuertemente en él para que aparezca. Así que, me despido de las sombras, de los fantasmas, de las experiencias infernales, de los malos recuerdos y me aferro a ese punto blanco para seguir ¿para que sufrir la oscuridad? si es tan bonita, es tranquila y dentro de su silencio está incluido el ruido de mi mente, es más fuerte, ella me grita dulcemente que respire, que no hay fantasmas, acaricia mi alma con expectativas nuevas que terminan por conquistarme.
Ya en calma, disfruto de la oscuridad externa e interna, existe la maldad, no puedo cambiarlo, me he equivocado, lo acepto, agradezco el olvido de recuerdos que han querido ser relegados, son incontables las experiencias que han provocado mi sonrisa, valoro y trabajo con lo que tengo, espero y me esfuerzo sin necedades para tener lo que no tengo, vuelvo a respirar y bendigo mi cuerpo que ha sentido tantas cosas, pido más tiempo para conocer las que aún no he sentido, todo al ritmo de mi respiración y en compañía de la oscuridad.

Escrito por: Evangelina Jiménez

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