Escrito por: Isa Fonnegra de Jaramillo
En los últimos tiempos todos oímos hablar de la importancia de “hacer bien los duelos”, pero muchos de nosotros no comprendemos a cabalidad los alcances de ese término que aparentemente tiene tanta significación emocional. Se habla de un duelo para referirnos a la reacción que le sigue a una experiencia de pérdida. ¿Cualquier tipo de pérdida? Sí, pero la magnitud de un duelo es proporcional a la importancia emocional de lo perdido.
El divorcio, la ruptura amorosa, el desempleo, un secuestro, una enfermedad, por supuesto la muerte, un robo y hasta una mudanza o trasteo son todas experiencias que nos sacuden en mayor o menor grado, que alteran nuestro mundo ordenado, confiable y predecible y que generan una respuesta que se llama duelo.
El duelo equivale entonces, en términos de tiempo, a lo que llamamos luto, o sea al período que le sigue a la pérdida; y en términos de reacción es la respuesta física, psicológica y espiritual que busca readaptarnos a un mundo diferente, cambiado, en donde ya no está aquello que se perdió.
Aunque el duelo es una experiencia humana muy dura y desgastante, no es anormal ni nos coloca el rótulo de “enfermos”. Con el tiempo, con empeño e interés puestos en ayudarnos y con una red de apoyo afectivo que nos acompañe, un duelo progresa y va evolucionando hacia lo que se conoce como su “resolución”. En otras palabras, no nos quedamos “en duelo” toda la vida, aunque nunca olvidemos a quien perdimos y aunque el vínculo con quien ya no está presente continúe vigente en nuestra vida, pero de forma distinta.
El duelo no es un estado sino un proceso. Un proceso de cambio, de búsqueda, de sacudones interiores, de altibajos emocionales que nunca nos va a dejar iguales a como estábamos antes. Pero… quizás, mejores.El duelo no es un estado sino un proceso. Un proceso de cambio, de búsqueda, de sacudones interiores, de altibajos emocionales que nunca nos va a dejar iguales a como estábamos antes
El duelo duele. Y ese dolor hay que vivirlo. No se debe esquivar ni evitar. Tan sólo decrece en intensidad cuando se gasta, sintiéndolo. Tampoco convienen, entonces, las medidas o muletas para adormecerlo o envolatarlo como mudarnos de casa o de ciudad, ingerir sustancias que lo mitiguen (alcohol, drogas, antidepresivos, etc.), tomar decisiones drásticas como casarnos o romper una relación amorosa, interrumpir los estudios, encargar otro bebé, trabajar sin descanso o huir de los recuerdos, etc.
Se ha comparado al duelo con una herida física, que en el mejor de los casos, debe cicatrizar para dejar de doler aunque nunca se borre. También con un viaje del punto inicial del dolor al punto donde se consigue un reacomodamiento a la nueva situación, recorrido que el doliente elige cómo y cuándo quiere hacer. También con un proceso de cambio en nuestra identidad, en nuestro ser, en nuestro mundo, que exige un replanteamiento de lo que hasta antes se daba por sentado y una búsqueda creativa de nuevas (y a veces mejores) alternativas para estar en el mundo.
Cualquiera sea la analogía que empleemos, se nos pone de presente un proceso que requiere de un tiempo, de mucha paciencia y de compromiso activo de parte del doliente en contraposición a lo antes aceptado como la postura pasiva, sin opciones, del doliente, según la cual “el tiempo todo lo cura” y uno no tiene que hacer nada para salir adelante.
Duelo por muerte de un ser querido
Aunque lo dicho anteriormente aplica a todo tipo de pérdidas, cabe resaltar la importancia que tiene en nuestra vida emocional posterior, la actitud que asumamos ante la muerte de un ser querido o sea el DUELO.
Hay cuatro tipos de muertes: natural (o sea por enfermedad o vejez), accidental, suicidio y homicidio. Si nos vemos abocados a aceptar que nuestro ser amado ha muerto, tal tarea será menos difícil cuando se trata de una muerte esperable y predecible como la natural. Las muertes repentinas, súbitas pueden retrasar el inicio del duelo y el reconocimiento de la realidad de la muerte, el vacío, demorar más en aparecer.
En cualquier caso, para avanzar en nuestro duelo se requiere aceptar lo ocurrido, reaccionar emocionalmente ante ello, readaptarse a un mundo cambiado definitivamente por su ausencia y finalmente reconstruir nuestra historia, nueva y diferente debido a esa experiencia.
Es desde luego, una ardua tarea, por demás dolorosa, que debemos asumir para poder volver a vivir plenamente, luego de la muerte, en lugar de quedarnos eternamente ligados al dolor y el sufrimiento sin poder avanzar sanamente por la vida.
Escrito por: Isa Fonnegra de Jaramillo
Psicóloga Clínica
Autora de “De Cara a la Muerte”, “Morir Bien” y “El Duelo en los Niños”
Bogotá, D.C. – Colombia