Autora: Nora E. Marbán -Psicóloga y tanatóloga-
Desde que somos pequeños, los adultos que están a nuestro alrededor nos van conduciendo hacia elegir una profesión, un oficio o algo en que desempeñarnos. Nos hacen preguntas como ¿Qué vas a estudiar? ¿Vas a ser doctor como tú papá?, y así nos van llevando por el mundo laboral.
En otras ocasiones es el destino el que nos lleva a trabajar desde pequeños, por una difícil situación económica, o por la pérdida del padre que hace necesaria la participación de los hijos en la manutención del hogar.
Así la vida o nuestros seres queridos nos preparan para trabajar, para buscar un lugar en el mundo profesional, para ganarnos el respeto, el título de Gerente, o de Director, pero quien nos prepara para perder ese estatus que da el organigrama, o ese respeto que sentimos habernos ganado por ser excelentes proveedores.
Trabajar durante años para una empresa se vuelve parte de la vida de una persona, por eso…
¿Qué pasa cuando uno se jubila y ya no hay un horario que cumplir, tareas por realizar y personas con quién convivir en el trabajo? ¿Cómo disfrutar la vida que sigue después?
Es necesario aprender a recorrer el camino de las pérdidas, hay que aprender a sanar estas heridas que se producen cuando algo cambia o se pierde. No hay pérdida que no implique una ganancia, un crecimiento personal. Y la jubilación es eso, una pérdida que hay que vivir, pero para la cual hay que prepararse emocional, física y económicamente...
Es necesario preparase y saber que hay un duelo pre-jubilatorio que es el que se expresa por adelantado cuando se acerca la fecha de jubilación y este hecho se percibe como inevitable.
Es esa sensación de que ya nos vamos, de que necesitamos empezar a preparar a la persona que nos va a sustituir, a entregar el puesto y con esto comienza la sensación de dejar algo importante y significativo en nuestra vida.
Este proceso termina cuando se produce la pérdida, cuando la fecha de la jubilación se cumple. Y entonces comienza el duelo post-jubilatorio, es el momento de la pérdida real y hay mucho que elaborar:
Ø Dejar el grupo de pertenencia. Se dejan los compañeros de trabajo, con los cuales se compartían muchas horas incluso, las comidas. Necesitamos regresar a la familia, reintegrarnos, reinventar nuevas actividades con ellos; buscar nuevos grupos, con gustos y personalidades afines.
Ø Cambia el rol social, se pierde estatus se deja de trabajar. Es necesario reubicarse, pues ya no se tiene el título de jefe, se tiene una sensación de minusvalía con la cual hay que trabajar, pues el ser persona íntegra con valores, capacidades y virtudes, es lo importante y todo ello se conserva hasta el final de la vida
Ø Sensación de improductividad. El sentir que ya no se hace nada afecta la autoestima, por lo cual es necesario reemplazar las actividades, buscar nuevas ocupaciones, descubrir nuevos intereses y seguir siendo productivo y estando activo.
Ø Temor a perder la propia identidad, por que se pierde lo que se ha hecho durante años y que le daba sentido a la vida y forma a la personalidad, por eso es importante no dejar de moverse. Nuestra mente y nuestro cuerpo necesitan estar en acción para no deteriorarse.
Ø Como adultos tenemos más dificultad para cambiar cualquier actividad, rutina o manera de pensar. Por eso los cambios son más difíciles, pero no imposibles, si nos lo proponemos podemos hacer un nuevo proyecto de vida y el trabajar en él nos va a llenar de placer.
Ø No se trata de remplazar, pero sí desarrollar una nueva opción en donde encontremos un nuevo significado que nos conecte con todas las capacidades y recursos que tenemos y que es falso que se acaben.
Ø La pérdida es un reto para seguir creciendo, superándonos, y desarrollándonos como seres humanos.
Ø Seguir activo, vigente, sentirse satisfecho por lo logrado y buscar nuevos planes y objetivos siempre darán sentido a nuestra vida.