Escrito por Alex Fernández Muerza
A simple vista, el Sol parece un astro sereno, liso y de luminosidad constante. Sin embargo, las investigaciones de las últimas décadas han demostrado que tranquilo es un antónimo para definir su estado. La liberación de grandes cantidades de energía provoca diversos fenómenos explosivos en su superficie: son las tormentas solares o geomagnéticas. Sus efectos podrían llegar a ser catastróficos en la Tierra si adquieren la suficiente intensidad. La red eléctrica, los satélites o las comunicaciones podrían dejar de funcionar. Por ello, los científicos recomiendan más investigaciones para comprender mejor la meteorología espacial y poder evitar los negativos efectos de estos fenómenos naturales.
En esencia, el Sol es una gigantesca central de fusión nuclear. Como resultado de su actividad, el Sol lanza diversas partículas y campo magnético que viajan por el espacio y pueden llegar al entorno de la Tierra, a pesar de estar ubicada a más de 150 millones de kilómetros de distancia. Las capas más externas del planeta, como la ionosfera o la magnetosfera, son las primeras en notar las consecuencias de estas tormentas solares, pero en la superficie también se pueden sufrir sus efectos.
En teoría, una tormenta geomagnética puede afectar a los sistemas basados en la electricidad, como las redes de alta tensión, los gaseoductos y oleoductos, los cables de telecomunicación a larga distancia, los sistemas de señalización terrestre, o los de comunicaciones y navegaciones, como el GPS o las ondas de radio y televisión. Los satélites, los teléfonos móviles o los sistemas que permiten volar a los aviones podrían sufrir interferencias o hasta dejar de funcionar.
Algunas tormentas solares son más bruscas que otras, ya que la actividad solar tiene ciclos que cambian cada once años. Según un estudio de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos (NAS), en 2012 podría producirse una de especial intensidad. El informe, titulado "Fenómenos del tiempo espacial severos, impactos sociales y económicos" señala que los sistemas eléctricos podrían quedar inoperativos. Este contratiempo podría resultar catastrófico en las actuales sociedades, cada vez más tecnológicas y dependientes del consumo eléctrico. Sistemas tan vitales como la luz, la energía, el abastecimiento de agua, el transporte, los mercados, o las comunicaciones dependen del buen funcionamiento de las redes eléctricas, cuyos sistemas son especialmente sensibles a estas tormentas.
Los responsables del informe reconocen que es muy difícil que se produzcan las emisiones necesarias para causar una debacle, pero no es algo imposible. Y tampoco sería la primera vez que una tormenta solar afecta a los sistemas eléctricos terrestres. En 1859, uno de estos fenómenos estropeó algunas de las mayores redes mundiales de telégrafos. Conocido como el "evento Carrington", por el astrónomo que lo midió, apenas afectó a la vida de los ciudadanos porque la energía eléctrica se utilizaba muy poco en aquella época. Un siglo más tarde, en 1989, una gran emisión de masa procedente del Sol provocó una avería en la central eléctrica de Quebec. Seis millones de personas de Canadá y EE.UU. se quedaron sin electricidad durante más de nueve horas, y algunos satélites fallaron y modificaron sus órbitas.
Cómo combatir los efectos de una tormenta solar
Si el punto débil se halla en el sistema eléctrico, la vacuna contra las tormentas solares sería reforzar las redes de suministro. Es la propuesta de la compañía estadounidense MetaTech, especializada en daños electromagnéticos. La idea sería añadir unas pequeñas resistencias en las conexiones de los transformadores de tierra. Esta medida, según los responsables de esta empresa, reduciría de forma significativa la cantidad de corrientes geomagnéticas inducidas en el flujo de la red.
Los expertos de MetaTech señalan que estas resistencias, en su forma más simple, tendrían el tamaño de una lavadora y estarían fabricadas en hierro fundido o en acero inoxidable. Su precio no sería superior a los 30.000 euros. Según sus cálculos, para proteger las redes de EE.UU. sería necesaria una inversión de unos 110 millones de euros.
Las investigaciones científicas serían también útiles para lograr soluciones más acertadas. Los científicos empiezan a entender algunos de los fenómenos que ocurren en el Sol, pero todavía hay muchas incógnitas. Desde los años 90, algunos investigadores han empezado a trabajar en la denominada "meteorología espacial". Su objetivo es conocer mejor cómo funcionan estas tormentas solares para poder predecir con antelación cuándo ocurrirán, con qué intensidad, y cómo afectarán a la sociedad. En España, algunos científicos trabajan en esta línea de investigación, como el grupo del Departamento de Física Aplicada de la Universidad de Alcalá.
Los expertos en meteorología espacial desarrollan, por un lado, modelos teóricos para explicar las observaciones en épocas de gran actividad solar. Por otro lado, disponen de varios satélites que proporcionan datos concretos sobre el Sol. La NASA ha empezado a saber más acerca del astro rey gracias a los satélites gemelos STEREO. Al igual que los satélites meteorológicos permiten predecir el recorrido de los huracanes, STEREO podría ayudar a saber cómo se comportan las tormentas solares y cómo afectan a la Tierra. Este observatorio monitoriza la actividad solar en tres dimensiones y capta imágenes de estos fenómenos y sus campos magnéticos, desde que salen del Sol hasta que alcanzan la Tierra.
STEREO no es el único satélite destinado al estudio solar. SOHO, ACE o WIND son observatorios espaciales que ofrecen desde hace años datos sobre el viento o el campo magnético interplanetario. Por su parte, la misión espacial Cluster, compuesta de cuatro sondas que forman entre sí un tetraedro, permite obtener información tridimensional sobre la magnetosfera terrestre y los flujos de partículas que recibe.
El futuro de la exploración espacial, en peligro
Las misiones espaciales también podrían depender de estas investigaciones y los remedios que puedan lograrse. La atmósfera y la magnetosfera terrestres defienden, en condiciones normales, a los seres humanos de este tipo de radiaciones. Sin embargo, en el espacio, los astronautas carecen de esta protección y, por lo tanto, están expuestos a dosis letales en potencia. Las partículas de alta energía generan cambios cromosomáticos en las células de los tejidos, que pueden derivar en efectos cancerígenos. En una misión tripulada a Marte, los astronautas podrían recibir este tipo de radiaciones durante dos años. Por ello, no sólo habría que conocer las dosis que se pueden tolerar, sino también sus efectos a largo plazo.
Escrito por Alex Fernández Muerza