Tengo casi ochenta años, y hace casi treinta y seis que tú te fuiste. Lo recuerdo como si fuera ayer, me hiciste sentir tanto dolor, tanto coraje, tanto miedo, lloré días enteros y sus noches.
Desde el día siguiente a tu partida coloqué esa foto tuya, de sonrisa delicada, sobre el buró de la recámara que compartimos tanto tiempo y que aún conservo.
Me levantó siempre a la misma hora que cuando los niños eran chicos. Me dicen que por qué no me quedo más en la cama, que ya no tengo a quién cuidar, que me consienta más.
Pero no puedo, quizá es la costumbre, pero así me siento útil; el día comienza con mis rezos, por todos aquellos vivos y muertos.
Y es que la vida ha sido tan generosa conmigo. ¿Sabes? Nuestros cinco hijos se casaron, a ti sólo te tocó ver a dos de nuestras hijas que entregaste en el altar, y a tres de nuestros trece nietos.
Tuvimos la fortuna de tener seis hijos; la primera se nos fue muy pronto y mutuamente nos ayudamos a sobrellevar ese dolor.
Pero Dios nos mandó cinco más: tres niñas y dos niños.
He sido madre, abuela y bisabuela, ¿te das cuenta de esa dicha? Últimamente me da por hablar mucho contigo.
Paso grandes ratos contándote todo lo que sucede, con lujo de detalle, y es que con el paso del tiempo te extraño más, mucho más.
Escrito por: Rebeca Harfuch