Por: Vivian Diller*
Cuando cumplimos 50 años, el término “crisis de la mediana edad” es tan impreciso—y aburrido—como el cliché de “Reinvéntate”. Seguro, lo último suena más atractivo que lo primero, pero ambos aportan poco a nuestro entendimiento de lo que se trata esta etapa de la vida.
La verdad es que para describir los 50 y tantos no utilizamos el término “terrible”, pero tampoco “glorioso”. Estas son algunas formas realistas en las que tu vida puede mejorar con la edad.
El autoconocimiento genera confianza: Podremos acercarnos a los 50 estrepitosamente, pero los estudios muestran que, conforme pasamos estos años de la mediana edad, la mayoría de nosotros, de hecho, empezamos a calmarnos. ¿Cómo? Reflexionamos, nos damos cuenta de que tan inconscientes hemos estado sobre muchas cosas, y comenzamos a apreciar que la experiencia nos ha enseñado mucho. Nuestras necesidades, deseos, gustos y disgustos emergen como patrones reconocibles, entonces tomamos mejores decisiones para avanzar. Confiamos más en nosotros mismos, nos volvemos menos sensibles a las expectativas de otros y tendemos a responder más a las nuestras. Nuestras vidas externas están más en sintonía con nuestras creencias internas.
Disfrutar el aquí y el ahora: Al dar la vuelta en la esquina de la mediana edad, reconocemos la importancia de aprovechar al máximo el tiempo que nos queda. En lugar de desear volver a ser jóvenes, muchos empezamos a disfrutar justo donde estamos. No solamente dejamos de ver atrás con frecuencia, sino que también comenzamos a sentir menos presión para ir hacia delante. Ya no estamos tan enfocados en subir la escala profesional o social. Nos salimos de las carreras que no queremos correr y nos sentimos orgullosos de los logros que ya hemos conseguido. Podemos seguir buscando aventuras y diversión, pero cuando lo hacemos, nos tomamos más tiempo para escuchar, saborear, oler y disfrutar el placer que nos traen estas experiencias.
Aceptar nuestras limitaciones: Con la edad vienen expectativas realistas. Aceptamos nuestras limitantes así como aquellas que existen en nuestras relaciones con otros. Muchos por fin nos damos cuenta—frecuentemente después del ensayo y el error—que la gratificación inmediata viene a expensas de la satisfacción a largo plazo. Recortamos gastos para el ahorro para el retiro, limitamos los placeres para conservar nuestra salud y nos mantenemos leales para construir relaciones donde impere la confianza. Nos damos cuenta de que al sortear los tiempos buenos y los malos—construyendo familias, carreras, hogares y ahorros—hemos vencido a la adversidad. Sabiendo lo frágil que es el lazo matrimonial en la actualidad, respetamos a nuestras parejas por haber sobrevivido. Las relaciones de muchos años con la pareja, los jefes, colegas y amigos son logros gratificantes que no pueden sustituirse fácilmente empezando de nuevo.
Conectarse con la familia política. Al envejecer, frecuentemente encontramos maneras de conectar (o reconectar con nuestros familiares, incluso si en el pasado estos lazos fueron difíciles. Reconocemos que todos tenemos defectos, entonces ya no esperamos que las relaciones sean ideales. Al ver que nuestro futuro tiene sus límites, tendemos a perdonar más. La voluntad para terminar con rencores de familia comienza a tener sentido, especialmente cuando se trata de nuestros hijos adultos y nuestros ancianos padres. Para cuando llegamos a la mediana edad, la mayoría de nuestros hijos son suficientemente grandes para entender que dimos lo mejor de nosotros. Y somos lo suficientemente maduros para reconocer los esfuerzos de nuestros propios padres. Las interacciones en familia se vuelven menos sobre individualismos y más sobre conexiones.
La perspectiva nos abre los ojos. Como vivimos más, nos damos cuenta de lo limitadas que son nuestras pequeñas vidas. Hasta ahora, tenemos pocos puntos de comparación, viéndonos a nosotros mismos y a otros principalmente a través del delgado cristal de nuestra familia, amigos, vecinos y colegas. Al acumular años de experiencia, nos abrimos a nuevas perspectivas que nos ayudan a entender nuestro lugar en la historia y la forma en que tenemos cabida en el mundo. Este contexto puede darnos un mayor sentido del significado y propósito de nuestras vidas.
Disfrutar de la soltería. Si estamos separados, divorciados, viudos o no casados al llegar a la mediana edad, con frecuencia comenzamos a verle el lado positivo a nuestra independencia. Empezamos a reconocer que algunos de los matrimonios que envidiamos no son, de hecho, muy satisfactorios, y las familias que idealizábamos frecuentemente están maltrechas y desconectadas. Bien podríamos estar extrayéndonos de nuestras relaciones disfuncionales y disfrutando de las nuevas libertades de estar soltero. Empezamos a conectarnos con otros en circunstancias similares, viéndolos con admiración en lugar de simpatía. Dejamos de luchar contra nosotros mismos y, en lugar de eso, encontramos batallas más importantes que luchar.
Profundizar nuestras amistades. Como vivimos más tiempo, tenemos muchos años más de nido vacío, por lo que reconectar con nuestros amigos puede ser más importante y satisfactorio. Los viejos amigos, a los que conocemos desde hace años—vecinos, compañeros de escuela y de campamentos—son más valiosos cuando nos damos cuenta de que compartimos historia. Aún cuando hemos evadido las reuniones de universitarios o el regreso a nuestros viejos vecindarios, ahora estos eventos se vuelven fuentes de una placentera nostalgia. Con mayor libertad para relajarnos y menos interferencia de las necesidades de los hijos y el trabajo, hay más oportunidades para establecer lazos con nuevos amigos. Cuando nuestros padres fallecen y los hijos siguen con su vida, las viejas y nuevas amistades pueden llenar el nido en formas que lo hizo alguna vez nuestra familia.
Vernos mejor, no más jóvenes. Enfrentarnos a la pérdida es parte de envejecer saludablemente. Conforme pasamos por la mediana edad, muchos de nosotros nos damos cuenta de que podemos dejar de lado las presiones anti-edad. Estos esfuerzos comienzan a parecernos inútiles, incluso un poco absurdos, y buscamos vernos lo mejor posible, en lugar de vernos más jóvenes. Aunque todavía nos importa nuestra apariencia, aprendemos a enfatizar otros aspectos de nuestra identidad para alimentar nuestra autoestima. Nos damos cuenta de que la verdadera belleza—del tipo que no tiene edad, que es dinámica y que siempre evoluciona—puede disfrutarse más si confiamos en nuestros estándares internos en lugar de los “ideales” impuestos por otros.
Nadie dijo que envejecer sería fácil—claramente es un reto físico y emocional para nosotros. Pero llegar a la mediana edad no conlleva necesariamente una “crisis”, ni tampoco requiere una “reinvención” total, una nueva pareja, un nuevo trabajo y una nueva cara. Lo que puede traer son formas realistas de apreciar y disfrutar el resto de tu vida.
¿Tienes alguna otra idea de cómo mejora nuestra vida con la edad?
*Vivian Diller es psicóloga, bailarina profesional y modelo. Conocida por sus artículos de belleza, envejecimiento, medios, modelos y bailarinas. Es autora del libro Face It: What Women Really Feel As Their Looks Change una guía psicológica para ayudar a las mujeres a lidiar con sus emociones respecto al cambio en su apariencia.