Bienestar

A veces es difícil dejar ir

a-veces-es-dificil-dejar-irEra una de esas tardes soleadas, en ese justo momento que tanto amo; cuando el sol está por meterse y el cielo es de tonalidades azuladas, anaranjadas, amarillas con tonos verdosos y se respira paz. Sientes que todo puede pasar. Mi corazón aún andaba con muletas pero ya latía más fuerte que meses atrás y se sentía listo para pensar en sentir.

Caminé durante dos horas y llegué a una tienda de percepción cara en la que vendían bicicletas. El hombre que las vendía era atractivo aunque he olvidado el color de sus ojos, porque justo cuando admiraba su cara, a lo lejos, estaba esa bicicleta vieja, algo oxidada pero con gran personalidad. Cuando el vendedor notó mi interés por esa roída bicicleta, no chistó en decirme que no estaba a la venta.

Suspiré con fuerza. No sé que cara hice que el vendedor cambió de opinión. Salí de aquella tienda con fierros triangulares y llantas ponchadas, pero eran mías. Pensé que yo sería capaz de darles forma. La arreglé a mi modo, la pulí, le di más fuerza a sus ventajas y encausé esa personalidad. ¡Me quedó preciosa!

Cuatro meses después la bicicleta y yo éramos inseparables, había dejado de caminar bajo la lluvia y en su lugar me llené de paseos inolvidables. Mi bici necesitaba independencia, había lugares a los cuales no podía entrar con ella y como no quería que se perdiera, decidí que era hora de comprarle una brújula temporal.

¡Pésima idea! Ahí me tienen colocando la brújula a la mitad de los manubrios, al instante que terminé de hacerlo la bicicleta enloqueció, andaba de un lado para otro a toda velocidad, sin poner atención a mis deseos, sin escucharme, mi voluntad había sido sobrepasada por su dañina y perniciosa ignorancia, por su ingratitud infecciosa y su enferma deslealtad.

Y aguanté, creí que la bici se daría cuenta de que yo había puesto todas mis energías en ella y entonces recapacitaría y sería una bici normal, hasta que… me llevó por caminos olvidados, viejos y mal olientes. Me quedé, la monté varias veces bajo el conocimiento de mi gran obstinación. Gran infelicidad la que me causaba.

Enloquecí cuando íbamos derechito al barranco. ¡Qué lío! Intenté persuadirla varias veces, labor inservible, no valoró, jamás lo hará. Mi creación era mi mayor tristeza y mi terquedad podía más que cualquier cosa, no quería bajarme ¡yo le había dado vida!, pero ir derechito al barranco… no era mi opción de paseo.

De un salto salí de tal averno en ruedas, no me quedaba más por hacer que dejarla ir, ya no vi si cayó o no, solo sabía que yo no quería ir al barranco. La deseaba lejos. Somos incompatibles hoy o tal vez siempre lo fuimos.

Y sí, pinté en ella mis colores favoritos, me desvelé y me quedé casi en ruinas por comprar la pintura con la que aumenté su calidad; llevaba parte de mi alma, yo le di ese original y único sello. A pesar de todo eso, la bici no me pertenecía, no puede haber empatía donde no hay igualdad de almas.

Ardua tarea la de soltar el peso que pesa, a veces la ligereza de soltarlo te dará más pesar pues inquieto es el paso del tiempo cuando lo decides y llevas a cabo los pensamientos. Parece que será más sencillo, entonces… sientes la ausencia y reclamas tus terquedades y neceas con extrañar y lloras los anhelos y ríes con los sueños funestos; despiertas al día siguiente y te percatas que no fueron sueños sino realidad.

La lejanía causa olvido y el olvido trae nuevos pensamientos y esos pensamientos crean la reflexión de que aunque fue doloroso fue lo mejor, lo correcto, lo que debí hacer. Lo he dudado, sí, pero benditas sean las circunstancias que me ayudan a no dudarlo más, ni un titubeo, simple seguridad y lo cierto es que la bici deschavetada no se ayudó mucho. Hoy, es tarde ya.

A veces es difícil dejar ir, pero otras es letal quedarse, pues si piensas que la separación dolerá, no olvides que la presencia puede matarte. Y no hay nada más valioso que la vida y no hay nada más deseable que una vida no tóxica, no nociva sino tranquila  y llena de paz… de vida misma. Me quedé sin bici pero te tengo a ti, que tanto bien me haces.

Mientras dejas ir, recupérate, ámate, retente en ti.

Escrito por: Evangelina Jiménez Olvera.

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