Escrito por: Revista SuperMujer
No deseo parecer una victimista. No quiero despertar simpatías a través de supuestas o reales penas. No busco manipular nada, mucho menos hacerlo despertando lástimas. No quiero que me quieran por “pobrecita, sufre mucho”. No. Pero debo aceptar que en el dolor, en las penas, hay bendiciones escondidas. Bien dicen que lo más oscuro de la noche justo es antes del amanecer. Es por eso que hasta en el momento más oscuro, hay algo que agradecer.
Y es que esas penas, esos dolores que sentimos en nuestro interior, representan la fuerza para aliviarnos, para sanar y cambiar nuestra vida desde lo más profundo. Incluso en las mayores tristezas podemos encontrar algo por lo que agradecer. Recuerdo el dolor que sentía en el funeral de mi padre. Mi gran amor había partido. Un enorme vacío me ahogaba desde lo más hondo de mi ser. Pero aun en los momentos más tormentosos, sentía cierto alivio al recordar que debía agradecer pues él ya no sufría más los dolores físicos del cáncer.
No siempre hay asideros positivos durante momentos intensos de dolor. Es cierto. Pero también es cierto que detrás de la tormenta viene una calma intensa. Vienen tiempos de reflexión. Poco tiempo después de aquella pérdida, de aquel vacío que padecí, comencé a revalorar todo aquello que aún tenía. Salud, pareja, hijos, trabajo, amigos, en esencia: vida. Yo tenía vida. Tengo vida. Qué maravilla. Hoy hace frío, amanece nublado. Qué maravilla. Hoy puedo escribir estas líneas. Qué maravilla. Hay mucho que agradecer.
La enfermedad y el sufrimiento son, en efecto, bendiciones escondidas. Nos permiten romper la soberbia, romper la auto complacencia, salirnos de la rutina para revalorar lo que tenemos; Para dar gracias por lo que tenemos; Para despertar ante la vida; Para vivir el presente; Para realizar grandes cambios; Para volver a amar incondicionalmente; Para un nuevo despertar.