Hace aproximadamente dos meses me lastimé el pié derecho. A raíz de ese accidente tan estúpido me doy cuenta de todo lo que tenemos y que no valoramos hasta que se esfuma. Extraño caminar bien, me duele el pié cuando hace frío y sobre todo ¡extraño mis tacones!
¿Porqué no valoré que pude usarlos cuando me calzaban? Incluso alegué con dejos de desprecio que eran malos para mis rodillas y para mi columna. Añoraba los fines de semana porque podía usar mis cómodos y confortables zapatos deportivos.
Y hoy, que solamente puedo usar zapatos deportivos o carentes de tacón, extraño los centímetros de mis zapatos altos y la forma en la que caminaba con ellos e incluso hasta extraño los dolores de pies después de traerlos puestos todo el día, bueno no –la verdad-eso no lo extraño. Si no me lastimaran, definitivamente por mi cabeza nunca hubiera pasado quitármelos.
Tanto los extraño que hoy digo que cuando los vuelva a usar no los voy a soltar y jamás pensaré en dejarlos. ¡Qué gran mentira!
No entiendo por qué los seres humanos somos así, no logro comprender cómo podemos extrañar algo que ya no tenemos y que dejamos ir porque así lo decidimos ¿será que extrañamos solo lo que no tenemos? ¿será que nos obsesiona aquello que no podemos tener? Porque estoy segura que cuando pueda usar mis zapatos altos otra vez, va a llegar el punto en el que voy a querer dejarlos nuevamente.
Esta vanidad de personas y cosas. Las cosas se quedan ahí cuando ya no quieres usarlas y eventualmente querrás volver a ellas y ellas estarán abiertas para ti, dispuestas a tus caprichos, a tu falta de lealtad, no importa que te hayas ido, las cosas estarán cuando decidas volver.
En cambio el rechazo y el abandono provocan en el ser humano un vacío, construyen un agujero que no puede llenarse con nada, con nadie que no seas tú mismo. Esa fatuidad simplemente está, somos interiores de lunas, de quesos gruyere. Somos una fila de todos aquellos orificios que han dejado los rechazos, las traiciones, las deslealtades, las acciones simples.
La inconsciencia me asaltó una noche de fiesta e intenté ponerme mis tacones negros ¡preciosos! Me calzaban como si no hubieran pasado días enteros sin usarlos. ¡Ay mis tacones! tan atractivos, tan altos, tan yo. Decidí no dar ni un paso con ellos, mi interior me dice que aún no es tiempo, aún está el moretón –algo borroso –pero aún duele cuando lo toco y cuando no… ¡qué más da!, lo siento.
¿Responsabilidad? ¿miedo? Tal vez. Simplemente estoy consciente de que aún no es tiempo, me lo grita mi alma, me lo susurra por las noches mi conciencia y me lo recuerda mi pie. Aún no es tiempo, dame más de eso de lo que aún no es, eso siento que me dice mi pié cuando intento forzar lo que hoy sencillamente no le calza.
Mientras guardo los tacones, los cientos de tacones altos que poseo, sonrío porque sé que volveré a calzarlos. Me he mentalizado a hacerlo mucho mejor que antes. De hecho, pienso coleccionar más y tal vez más altos, más gallardos, oscuros, claros, combinados. Porque en efecto pasará el tiempo y podré volver a montarme en esos zancos que me hacen caminar en un segundo piso y ver todo desde otra perspectiva.
Mi pié cada día va mejor, es muy valiente, muy constante en sus ejercicios y se porta muy bien cuando hace frío, está yendo a terapia y el doctor dice que pronto volverá a la normalidad. Sí, sí suspiro por mis zapatos altos, pero por ahora valoraré los zapatos sin tacón porque me hacen ir hacia una dirección que me prepara para cualquier cosa, me hace seguir siendo.
Disfruto de la caminata en mis zapatos de piso, es más lenta, más cuidadosa, más reflexiva, pienso cada paso y lo doy con seguridad y tranquilidad ¡Benditos sean los accidentes! ¡Benditas sean las consecuencias! que me ponen en el pavimento y me hacen sentirlo.
Desaparecerá la inflamación, se desvanecerán mis moretones. Estaré lista. Para mi cuerpo: descanso y reposo. En mi mente: arrojo y carácter. Mi meta: treparme nuevamente en mis escaleras directas hacia mi propio cielo, tocar las nubes otra vez y saborear el aire que despeine mi cabello, pero eso sí con ambos pies sanos y en la tierra.
Escrito por: Evangelina Jiménez Olvera.