
Y no, para mí no llegaba Papá Noel, ni San Nicolás, ni el Viejo Pascuero, ni siquiera Santa Clós (la versión castellanizada del famoso viejito de los regalos), sino, simplemente, Santa Claus… el anhelado Santa Claus.
Como se comprenderá, no quería que Santa dejara al pie de mi árbol la piedra envuelta o el cuerno retorcido, que según mi mamá eran los regalos que el viejecillo tenía reservados para los niños que habían tenido mala conducta a lo largo del año.
Generalmente, las horas del 24 de diciembre pasaban lentas, y no ayudaba mi manía de correr cada tanto a revisar nuevamente la lista de regalos que había elaborado: “… y me traes una muñeca comiditas, y un hornito mágico, y un jueguito de té, y unos patines, y un juego de química y una máquina de escribir de juguete”.
Tampoco ayudaban, claro, mis fantasías de Santa llegando a mi árbol y dejando absolutamente todos mis caprichos e incluso algún regalo sorpresa que yo no hubiera contemplado.
Por lo tanto, para la hora de la cena, me sentía desesperada. Yo trataba de concentrarme en la celebración, pero generalmente mi mente estaba distraída haciendo cuentas de los minutos que faltaban para la llegada de Santa y con la misma duda de cada año: “¿y si no viniera? Digo, no sería ésta la primera vez. Tengo amigos a los que nunca visita y este año hemos salido demasiado de la casa, puede ser que creyera que ya no vivimos aquí. O a lo mejor perdió la dirección, con tantos niños a los que tiene que visitar. O a lo mejor cree que me porté muy mal y entonces decide que traerme un cuerno retorcido o una piedra envuelta sería demasiado para mí”.
Cuando ya estaba acostada en mi cama, la duda se convertía en una certeza: “Sí, sí, seguro que Santa no vendrá. ¡Pero cómo pude ser tan tonta de imaginar que vendría con la manera en que le contesté a mi mamá la otra vez!”.
Y de pronto, oía la voz de mi hermano, que al parecer llevaba el mismo tiempo que yo hundido en reflexiones similares.
- Oye, ¿puedes dormir?-, peguntaba
- No.
- Yo tampoco.
- ¿Crees que venga?
- Pues no sé.
- ¿Te portaste bien?
- Creo que sí ¿y tú?
- Pues creo que también.
- Aunque quién sabe que sea portarse bien para Santa ¿no?
- Siento mariposas en el estómago por los nervios.
- Yo también. ¿Me hablas cuando te despiertes?
- Sí.
Y de repente, como por arte de magia, nos quedábamos dormidos. Yo siempre pensaba que los polvos para el sueño que mi mamá decía que empleaba Santa eran realmente efectivos.
Sin embargo, el tiempo que dedicábamos a dormir esa noche no era muy prolongado, pues a eso de las cinco de la mañana ya estaba yo de pie, con la adrenalina a tope, y levantando a mi hermano que también se paraba de la cama como impulsado por un resorte.
- Cerremos los ojos-, le propuse alguna vez
- ¿Para qué?
- Ah, pues porque así será más emocionante cuando lleguemos al árbol y así podemos tratar de adivinar si estuvo aquí o no.
- Está bien.
Desde entonces, emprendíamos la marcha a ojos cerrados y con las manos hacia el frente para tratar de evitar algún obstáculo que se apareciera en el camino.
Al llegar a la sala, las luces del árbol se nos colaban por los párpados cerrados, y ambos deducíamos que aquello, de entrada, era una buena señal, porque nuestros papás no acostumbraban dejar el árbol encendido.
Ahora, había que aspirar el aroma.
- ¿A qué huele?
- A mí me huele como a plástico nuevo.
- ¿Estás seguro?
- Sí.
- Bueno, entonces abramos los ojos, una, dos, tres…
Y sí, siempre estaban ahí, no todos los juguetes, pero unos perfectamente seleccionados que nos llenaban de una emoción indescriptible y que nos hacían correr hacia la cama de mis papás para despertarlos a gritos.
Ellos, despeinados y aturdidos, hacían grandes esfuerzos por emocionarse con nosotros y poner atención a nuestras explicaciones sobre las enormes ventajas que tenían cada uno de los regalos que Santa nos había traído.
Eso, claro, hasta que suplicaban que nos fuéramos a dormir, después de concedernos el permiso de llevarnos todos nuestros nuevos juguetes a la cama.
…
Hace muchos años que dejé de escribir a Santa, a pesar de que lo he extrañado mucho. Me hice grande, adulta, seria y llena de obligaciones.
Sin embargo, este año decidí repetir la experiencia. Me gustaría pedir juguetes, claro, porque me siguen gustando tanto como cuando era niña, pero como hay otra larga lista de deseos que me gustarían para mí y mis seres queridos, y tampoco se trata de volver loco a Santa, decidí limitarme a hacer una cartita pequeña y significativa, segura de que él tratará de cumplirla.
Después de todo, me he portado bien este año… eso creo.