Inmersa en sus proyectos de esculturas, entre mazos, cinceles, martillos, taladros, y quien sabe cuantos más instrumentos, Clara dice que escoger la piedra a esculpir es toda una aventura, ya que entre el artista y la materia existe una comunicación especial. Es la materia la que escoge a su artista, se enamoran, y el amor produce la obra.
Clara descansa a ratos, y en esos ratos podemos comunicarnos, así le digo como van las cosas por aquí, lo mucho que la extraño y vuelvo agradecerle estar en la Casa de San Ángel.
Le cuento de todas, del tiempo, de cómo ha crecido su rosal, del canto de los pájaros por las madrugadas.
Ella no para de contarme sobre sus proyectos, las dimensiones de sus esculturas, de sus paseos por Asís, del grupo nuevo de amigos que ha hecho, que pronto se escapará a Venecia, y luego a Roma.
Y por su puesto de Ángelo, el amor que recién ha encontrado por esas tierras.
Ángelo es diferente a otros –me repite constantemente— se interesa en lo que hago, me da mis tiempos, mi libertad, hasta a veces pienso que estoy enamorándome, pero me digo que eso no va conmigo. Sin embargo cuando sus ojos color miel me ven siento que floto, que estoy en… bueno en nada, ya sabes cómo soy.
Estos sentimientos influyen en mi obra y en éstos momentos no hay nada más importante para mí. Bueno, eso creo.
Le comento que las fotos que ha mandado se las he enseñado a todas, y están encantadas con su obra, y con Ángelo; es tan varonil, tan guapo, eres una suertuda amiga.
Clara tiene pensadas alrededor de 16 obras, para exponerlas en Roma, Francia y Nueva York, específicamente, lugares en los que siempre está presente.
Clara quiere que vaya unos días con ella, una semana –ya sé que eres difícil de mover Sara, pero me darías una gran alegría si aceptas, piénsalo y quiero un sí por respuesta, lo demás me lo dejas a mí.
Clara, querida Clara, no creo que nadie pueda decirte que no, pero lo pienso y te aviso, me estás tentando.
Escrito por: Rebeca Harfuch
