Dejar ir

Como león enjaulado



Clara se va. Dice que se siente en una jungla de asfalto a pesar de haberse puesto a trabajar en su taller de San Ángel. Dice sentirse incómoda.

Llamó a Sara y le pidió se hiciera cargo de algunas cosas. Sara aceptó con gusto ayudar a su querida amiga.

Me voy dijo Clara, ésta ciudad ha crecido demasiado, sin frenos, desajustada, volviéndose terriblemente fea. Sólo quedan ciertos lugares que se rescatan. Es imposible caminar libremente, subirse a un autobús es librar batallas endemoniadas, el famoso Metrobús no permite circular a los demás carriles, las camionetas pasan así como dice el slogan publicitario: abriendo paso como si fuera el Mar Rojo, sólo que  son demasiados mares en un pequeño espacio.

Me voy. Antes de salir al extranjero voy a Los Cabos, a relajarme a curarme de éste desastre en que se ha convertido mi adorada ciudad.

Lo que  me duele es dejarlas, no poder llevarlas conmigo. Bueno, Sara aceptó como remedio temporal hacerse cargo de algunas cosas mías, sobretodo recibiendo una compensación económica. Casi me hinco para que la aceptara, pero finalmente accedió.

Cómo las quiero. No sé si finalmente tomaré la decisión de vender todo, y cuando vuelva a venir, llegar a un hotel donde no tendré más que pedir para ser atendida.

MI hermosa casa, se que la extrañaré, por eso debo irme y con la cabeza en frío tomar decisiones que no me lleguen a producir arrepentimiento alguno.

Sara siempre ha sido de manera personal y profesional una buena administradora, así que todo quedará en las manos correctas.

Hasta le propuse que rentara su casa y viviera en la mía, así tendría otra entrada, y a mi la idea de que Sara viva en ella me hace sentir segura. A ver que piensa.

A ver  que resulta de toda ésta maraña de ideas que me rondan.

Por lo pronto a la relajación, al mar, que debo confesar que como las playas de mi país, ningunas.

Escrito por: Rebeca Harfuch

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