Publicado por: Regina Kuri
Para mí no hay cosa más frustrante que tratar de controlar a los demás. El querer que las personas actúen como yo quiero me ha llevado a generar mucho estrés y sobre todo resentimiento. Hoy trato de no controlar al menos conscientemente, pero siendo honesta no puedo dejar de ver que sí existen muchas maneras de controlar a los demás, queramos o no, lo hacemos y esperamos una respuesta en nuestro beneficio.
De lo que me he podido dar cuenta de unos años para acá, es que cuando se usan argumentos o tretas para sacar algo de alguien, por lo general no se consiguen resultados favorables. Es decir, quizá los demás puedan caer en la manipulación por un tiempo, pero eventualmente las cosas toman su curso natural, independientemente de nuestros deseos egoístas. Eso causa mucho resentimiento y frustración.
Los seres humanos usamos con y sin intención la manipulación al comunicarnos como medio para lograr cosas. Quizá haya algunos que con el tiempo y la experiencia modifiquen estas maneras y vean que funciona mejor ser franco y honesto, sin embargo aunque sea por abajito del agua sí usamos la manipulación como medio para lograr cometidos. Ya lo traemos desde la educación que recibimos de nuestros padres, ellos de sus abuelos y de ahí para atrás. La manipulación puede ser muy sutil, como por ejemplo: en vez de pedir un café a nuestra pareja, le preguntamos si ya hay hecho, si estamos en una reunión en nuestra casa y ya es tarde, no pedimos a los invitados que se retiren, sino que bostezamos, desde luego esperando que se entienda el mensaje, halagamos a la persona cuando queremos algo de ella. Los vendedores se ganan la vida a través de la manipulación, todos nos manipulamos a todos, es una manera de comunicarse ni buena ni mala, sólo es.
Los niños manipulan a sus papás tanto como los papás manipulan a sus hijos. Cuando esta manipulación se convierte en un instrumento de control constante, puede provocar dinámicas sumamente destructivas, en especial en la relación de padres e hijos. Los padres manipuladores son tan hábiles en ocultar sus motivos (por supuesto que en la mayoría de los casos sin alevosía) que los hijos crecen con un sentimiento de confusión constante. Los dobles mensajes de los padres generan mucha frustración en los hijos y desde luego que no alimenta su autoestima.
El asunto con la manipulación es que cuando hacemos algo por los motivos incorrectos generalmente se nos voltea la situación. No logramos el cometido, ya sea porque la persona se dio cuenta, o porque la vida misma acomoda las situaciones en su justo lugar.
En mi experiencia, creo que he aprendido a dar menos vueltas si tomo una actitud directa que si intento controlar a los demás a través de la manipulación. Quizá el ser directa me provoque cierta frustración al no recibir la respuesta que espero, pero sin duda me permite darle la vuelta a la página para buscar o percibir otras opciones. A veces nos instalamos en la necedad de esperar la respuesta que queremos de los demás, pero difícilmente va a resultar así cuando nuestros motivos desde un principio no fueron los correctos y honestos. Antes de enojarnos o frustrarnos porque no sucedió lo que esperábamos que sucediera, primero debemos revisar nuestros motivos, quizá por ahí haya empezado la falla.
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