Bienestar

Corazones que nos acaban

corazones-que-nos-acabanMe enfrento a la gracia del destino, al relajar de las olas que hacen un sonido. Mientras me enchinaba las pestañas me percataba del ruido que hacían mis dedos sobre la cuchara y ambos sobre mis pestañas. Todo tiene un sonido.

La respiración también suena, se escucha, pausada, sola, latente. El ruido de mi cabeza es más poderoso aún, porque suena en silencio, se pelea con el pasado, con el presente y aleja al futuro sin saber que ya lo ha alcanzado.

Esta tranquilidad me tiene atada, me calma, me cimbra, me deja ir y me quiere de regreso, me ha vuelto loca. La serenidad de las almas es una falacia sobre la que hoy descansa mi ser con esmero y perseverancia, mis oídos están cerrados pero hacen una excepción para las voces de mi conciencia que me gritan, que me hielan.

La simpleza de las cosas me desconcierta, me araña, me deja. Y de pronto como si estuviera descubriendo un continente me miro al espejo y recuerdo la silueta de lo que algún día fui. Sombras frías y reales, verdades cansadas y perenes, amables soles con sus días y desgarrantes horas con sus pies. Me temen.

No los culpo, me temo yo también. He dejado la zona que dormía, he perdido mi mapa para volver pero anoté los números claves para no contestar si llaman. Bendita seas vida, bendita seas en mí.

Y si el precio es alto, no sé aún si sepa moverlo a un justo medio, no tengo permitido rebajar mucho el resultado, pero siento que mi sangre se desintoxica, se mueve, la escucho, la tengo. Hay colores inconfundibles, hay noches inolvidables, hay caras que nos alejan y corazones que nos acaban.

Hay tristes curiosidades, hay palmas entre vestidas y morbos que no se caen. Tengo aguas saladas abundantes desde su origen, las motiva la falta de aire que vaga por las oscuras calles de la simple levedad y me monto entonces en un estado inamovible de certeza. Pesa, sinceramente, pesa, pero el oro que lo cubre valdrá la pena.

Mis preguntas no tienen dirección ni han permanecido en la respuesta, la estabilidad no se conoce, ni se viste, se descontrola, se enterca y termina por creerse los sueños grises de sus miedos, los traduce y termina por viajar a un lugar que no se ve ni se peina.

Y me sigo mirando y me sigo mirando y no me encuentro por ningún lado, no me encuentro. Escucho el silencio que no me habla, me castiga con su indiferencia y me impide gozar. No es tristeza, es conocimiento. Abrí la puerta del jamás.

El techo tiene estrellas de plástico, ingerí comida rápida un buen tiempo y mi estómago no ha dejado de protestar, tengo frío y no estoy en la simple enfermedad del bienestar, no lo estoy. Pero lo estaré, mi diagnóstico será la bienandanza y la cura: el simple pasar. Entonces, me preocuparé por banalidades y reiré de nuevo con los pulmones abiertos y mi alma descansará y mi cabeza parará pues mis oídos escucharán todo excepto tu ruido, porque ése, bendito Dios, ése… ya no está.

Escrito por: Eva Jiménez

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